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sus culpas a los pies de un confesor y abandonaron
su vida desordenada.
Esta conversión era una prenda celestial del
bien que el librito había de producir. Apenas
impreso, don Bosco regaló un ejemplar a todas las
chicas del Refugio; y los millares restantes los
entregó a la Superiora de la piadosa Casa; luego,
se apresuró a traducirlo al francés, y esta
segunda edición la destinó probablemente a las
Hermanas de San José.
La Marquesa leyó y alabó el libro, pero no
permitió nunca que se dijera en su presencia que
era obra de don Bosco. Una persona amiga se
atrevió a decirle que le honraba poco que un pobre
sacerdote la ganara en generosidad gastando su
propio dinero en impresos publicados para secundar
su deseo y en favor de sus hijas. Fue sorda a
toda insinuación. Al encontrarse con don Bosco,
nunca le manifestó de modo alguno su
agradecimiento por una obra escrita en su
atención, ni jamás le dijo una palabra sobre el
particular.
((**It2.553**)) Una
sola vez hizo excepción; he aquí como sucedió. El
teólogo Borel mantenía siempre con ella bonísimas
e inmutables relaciones. Un día estaban reunidos
en casa de la piadosa señora varios sacerdotes a
los que había llamado para que le indicaran obras
buenas en las que emplear su dinero. Después de
varios pareceres dijo el teólogo Borel:
-Señora Marquesa, hay en Turín un celoso
sacerdote que suda y trabaja de la mañana a la
noche, íése necesita de su caridad!
-íAh, ya! entendido, exclamó inmediatamente la
Marquesa: íes don Bosco! íPara don Bosco no hay
nada!
El teólogo, sonriendo, hizo alguna observación
sobre su extraño propósito y aludió al libro sobre
la Misericordia de Dios.
-Pues bien, tome; replicó entonces la Marquesa;
aquí tiene doscientas liras: déselas, pero que no
sepa que soy yo quien se las manda. íAy si se
entera!
En la primera ocasión que el Teólogo volvió a
visitarla, preguntóle la Marquesa qué había sido
de las doscientas liras: - Puesto que, dijo ella,
si don Bosco sabe que son mías, es capaz de
rechazarlas.
Trabóse con tal motivo una discusión sobre la
obra emprendida por don Bosco y, como el Teólogo
no quisiera rendirse a la opinión de la Marquesa,
acabó por decirle en buen piamontés:
-íYa lo sabe, los sacerdotes no se aconsejan
con las mujeres!
La Marquesa no se dio por ofendida ante esta
observación, que hubiera irritado a una alma
soberbia y cambió serenamente de conversación,
como solía hacer en ocasiones semejantes. Sabía
el teólogo
(**Es2.414**))
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