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en sufragio de los fieles difuntos. Por último,
ante las renovadas instancias de la Marquesa, Pío
IX confirmaba in perpétuum las mencionadas
indulgencias.
Las generosa patricia se llenó de júbilo con
estos favores apostólicos, como de un triunfo
espiritual suyo, y vio enseguida que varios
obispos, párrocos y rectores se daban maña para
introducir en sus iglesias aquella devoción para
bien de las almas a ellos confiadas. Por eso
deseaba que una pluma competente escribiera
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obrita sobre la misericordia de Dios. Reunió a
algunos eclesiásticos y seglares, doctos e
inteligentes, y les pidió le indicaran quién sería
capaz de escribirla. Silvio Péllico, que estaba
entre ellos, apenas oyó la
propuesta, exclamó:
-íDon Bosco!
-íNo!, replicó inmediantamente la Marquesa; íde
ningún modo!
El motivo de aquella negativa podía ser para no
aumentar el trabajo de aquel pobre sacerdote,
demasiado cargado con tantas ocupaciones; con
todo, allá dentro de su interior le repugnaba
reconocerse deudora de aquél que, según ella, se
mostraba tan poco deferente con su voluntad. Pero
Silvio Péllico estaba convencido de que la pluma
de don Bosco inculcaba a todos que invocaran esta
bendita misericordia; le había oído predicar a los
muchachos y repetir:
-Hábeis caído, por desgracia, en el pecado? No
os desalentéis. Volved a confesaros enseguida con
las debidas disposiciones. El confesor tiene
poder y mandato de Dios para perdonaros, aunque
hubierais caído no sólo siete veces, sino setente
veces siete. íAnimo, confianza y propósito firme!
Cor contritum et humiliatum Deus non despiciet.
(Dios no rechaza un corazón arrepentido y
humillado.)
Sabía, además, muy bien que don Bosco se
complacía en narrar hechos y ejemplos para
resaltar maravillosamente esta misericordia, sobre
todo en la conversación de los pecadores, y que
contaba, con gran gusto de su parte y agrado de
los oyentes, lo que él mismo había presenciado o
lo que le habían referido.
Silvio Péllico era amigo de don Bosco. A su
requerimiento, y secundando sus deseos, le había
compuesto alguna poesía, por ejemplo una sobre el
Infierno y otra sobre el Paraíso que don Bosco
puso en música y que se cantan todavía en las casa
salesianas1. Por esto,
1 No conocemos la poesía del Infierno ni su
correspondiente música; pero sí hemos cantado mil
veces la del Paraíso que, en castellano, dice así:
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