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la mayor parte borrachos; todos ellos, al verle,
le recibían con voces aguardentosas, pero con
cierto respeto.
-íDon Bosco! íViva don Bosco! íUsted sí que es
un buen cura! íSi todos los curas fueran como
usted!
Don Bosco hacía señal de que quería hablarles,
se hacía algo de silencio y decía:
-Queridos amigos, me gusta que me apreciéis
tanto, pero os voy a pedir un favor.
-Sí, sí: usted manda. Qué desea?, exclamaban
desde todos los rincones.
-Mirad, ahí detrás, en mi capilla estoy
predicando; parad un rato la música, íveinte
minutos nada más!
-íCómo no! íCon mucho gusto! Nada más que
mandar?, decía uno de los que más gritaban. íEa,
a callar todo el mundo! Y el que quiera ir al
sermón, íque vaya!
Don Bosco se retiraba, pero a veces aún no
había llegado al púlpito y empezaba la música otra
vez. Este ruido y confusión duró hasta 1853; con
todo, durante los primeros años don Bosco no tuvo
que aguantar insultos.
Aun cuando dejamos para otra ocasión narrar
varios episodios de aquel tiempo, queremos referir
aquí un caso. Sucedió un domingo que, por los
motivo de siempre, dos soldados se desafiaron,
desenvainaron la espada y salieron de La Jardinera
para batirse. A empujones e insultos llegaron
hasta el umbral de la capilla. Estaba ésta
repleta de muchachos hasta los topes. Ante aquel
espectáculo se asustaron. Salió don Bosco a la
puerta, trató de calmar a los dos soldados; pero
estaban tan furibundos
que no oían razones; a cada paso amenazaba uno con
acometer al otro. Acudieron ((**It2.545**)) algunos
muchachos robustos que los detuvieron, les habló
don Bosco de lo inconveniente de la pelea en aquel
sitio y del escándalo que daban a los chicos.
Hasta que uno de los enfurecidos soldados se calmó
un poco y respondió:
-íTiene usted razón, no es éste el sitio!
-Es verdad, replicó el otro; no quiero dar aquí
este escándalo.
Y salieron fuera; pero, apenas pasó el primero
el umbral, el otro descargó un golpe de sable tal
sobre el hombro y el pecho que le abrió una
herida, por fortuna no grave. Este entonces,
devolvió un golpe sobre la cabeza de su agresor y
le hizo un corte. Las heridas clamaron su rabia y
chorreando sangre fueron a lavarse a la pila de la
bomba. Al salir los muchachos de la iglesia los
vieron en aquel estado y la pila manchada de
sangre. Por todos estos motivos proyectaba
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