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mucho vino, maestras del bien, para que enseñen a
las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus
hijos, a ser sensatas, castas, hacendosas,
bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea
injuriada la Palabra de Dios>>1. Pero, como en
aquella casa reinaba el santo temor de Dios, la
paz y el orden, todos se resignaron y callaron,
pensando en el fin noble y generoso que la movía a
alejarse. Margarita se marchaba para vivir con el
hijo, no para procurarse una vida más cómoda y
agradable, sino para compartir con él apuros y
penas para el bien de centenares de muchachos
pobres y abandonados; no iba atraída por el ansia
de ganancias temporales, sino por amor a Dios y a
las almas, ((**It2.521**)) porque
sabía muy bien que la parte del sagrado
ministerio, escogida por don Bosco, lejos de
ofrecerle ventajas y ganancias de ningún género,
le obligaba, por el contrario, a gastar lo suyo y,
después, a pedir limosna. Pero no se amilanó ante
estas reflexiones; al contrario, admirando el
valor y el celo del hijo, se sintió más animada a
ser su compañera e imitadora hasta la muerte.
Dichosos los sacerdotes que tienen madres de tanta
virtud.
Cuando se supo por aquellos contornos que mamá
Margarita iba a establecerse con su hijo cura en
Turín, tuvo lugar una escena inesperada para don
Bosco. Ya hemos indicado cómo durante el tiempo
de su convalecencia en I Becchi, don Bosco,
víctima de su invencible inclinación, había
reunido a su alrededor, muchos chiquillos de los
caseríos y había organizado un Oratorio. Atraídos
por su trato suave y afable, los muchachos le
habían cobrado tanto afecto, que suspiraban,
durante toda la semana, por el domingo para estar
con él. Por su parte, los padres, y
particularmente las madres, al ver a sus hijos
tratados con tan buenas maneras, educados e
instruidos, estaban tan satisfechas, que deseaban
que aquel buen sacerdote no se marchara nunca de
aquellos
lugares, para que continuara aquella obra de
caridad. Hasta entonces habían esperado que así
fuera. Pero, al enterarse de que iba a marcharse
definitivamente en compañía de su madre, se
presentaron en su casa, y con toda la elocuencia
de que era capaz su lengua movida por el afecto,
se esforzaron para convecerle a que continuara
allí.
-Si hay que dar algo, decían, nosotras estamos
dispuestas a ello.
-Yo, si no puedo dar dinero, portestaba una,
daré tela.
-Y yo, prometía otra, le entregaré huevos y
gallinas.
((**It2.522**)) -No
tenga usted miedo, añadían una tras otra; no
permitiremos que le falte nada, traeremos trigo,
maíz y de todo lo que
1 Tit. II, 3,4 y 5.
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