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más pura virtud y estaba, por tanto, dispuesta a
los sacrificios más heroicos. Don Bosco volvió a
casa convencido de las razones expuestas por el
Párroco.
Con todo, aún le retenían otros dos motivos.
Era el primero la vida de privaciones y el cambio
de costumbres a que naturalmente iba a quedar
sometida su madre en la nueva situación. El
segundo nacía de la repugnancia que experimentaba
a proponer a su madre un oficio que, en cierto
modo, la ponía a sus órdenes. Don Bosco tenía tal
veneración por la buena Margarita y le profesaba
un respeto y amor tales, como una reina no hubiera
podido pretender del más fiel de sus súbditos. Su
madre lo era todo. Lo mismo que su hermano José,
estaba acostumbrado a considerar como mandato
inquebrantable cualquier deseo suyo. Con todo,
después de haberlo pensado y encomendado al Señor,
persuadido de que no había otra solución, acabó
por decir: íMi madre es una santa y, por tanto,
puedo proponérselo!
Así que un día, tomándola aparte le dijo:
-Madre, he pensado volver a Turín con mis
muchachos. Pero como ya no estaré en el Refugio,
necesito una persona de servicio; pero el lugar
donde he de vivir en Valdocco es muy peligroso a
causa de algunas personas que viven cerca, y no
estoy tranquilo. Necesito a mi lado una garantía
moral, una salvaguardia para alejar de los mal
pensados toda suerte de sospechas y habladurías.
Sólo usted me puede quitar todo temor; no vendría
de buena gana a vivir conmigo?
Ante tan inesperada salida, la piadosa mujer
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quedó un poco pensativa y, luego, respondió:
-Querido hijo mío, puedes imaginar lo que le
cuesta a mi corazón dejar esta casa, a tu hermano
y a todos los demás; mas, si te parece que esto ha
de agradar al Señor, estoy dispuesta a ir contigo.
Don Bosco le aseguró que era así y, dándole
gracias, terminó:
-Entonces, arreglemos las cosas y, después de
la fiesta de Todos los Santos, emprenderemos la
marcha.
La verdad es que Margarita Bosco hacía un gran
sacrificio al resolverse a abandonar la casa.
Allí era el ama verdadera, querida y respetada por
todos, grandes y pequeños; y dentro de su
condición, nada le faltaba para ser feliz. No era
menos penoso el sacrificio de los miembros de la
familia, que se apenaron vivamente al saber que se
marchaba. Perdían una madre que practicaba
fielmente los preceptos de San Pablo en su carta a
Tito: <(**Es2.389**))
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