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llevase adelante bastante bien el Oratorio, sin
embargo, al faltar don Bosco, parecía como que
faltaban el alma y el corazón. Así que todo era
un continuo hablar de él; un pedir constantemente
noticias sobre su salud; un preguntarse los unos a
los otros cuándo volvería; un deseo vivísimo de
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volverlo a ver pronto entre ellos. Unas semanas
después de su ausencia en Turín, empezaron a
impoturnarle los muchachos con sus cartas;
después, convenidos y divididos en pequeños grupos
empezaron a ir a visitarle, aún cuando tenían que
recorrer no menos de veinte millas para ir y
volver. Ordinariamente salían de mañana y volvían
de noche. A veces él hacía quedarse y hospedaba a
algunos, entre ellos a José Buzzetti. A más del
gusto de volverle a ver y de entretenerse con él,
tenían otra razón sus visitas, como era el saber
que los muchachos de aquellos lugares empezaban ya
a rodearle y a darle ocasión de organizar un
pequeño Oratorio en su casa. Al saber esto,
algunos confesaron ingenuamente que sentían algo
de envidia y miedo a que se lo arrebataran. Un
día uno de ellos le dijo sonriendo:
-O vuelve usted a Turín, o nosotros
transportamos el Oratorio a I Becchi.
El les consoló diciendo:
-Seguid, amigos míos, siendo buenos y rezando,
y yo os prometo que volveré a estar con vosotros
antes de que caigan las hojas de otoño.
Aunque con estas visitas no podía gozar de un
descanso completo ni tener la tranquilidad que los
médicos le habían prescrito, sin embargo
constituían para él una suave medicina y consuelo
el celebrar su llegada, hablar con ellos por lo
largo de todo lo que sucedía en el Oratorio, a
veces confesar a algunos y darles buenos consejos.
Mientras tanto los muchachos, entusiasmados,
contaban a los nuevos amigos de Castelnuovo y de
Morialdo cosas admirables de don Bosco, sin
olvidar aquel toque inexplicable de las campanas
que repicaron solas al llegar ellos a la Virgen
del Campo. Naturalmente sacaban la consecuencia de
que ellos, los muchachos del Oratorio, eran hijos
predilectos de la Virgen Santísima. Pero estos
relatos no fueron acogidos favorablemente por
parte de los muy juiciosos, a quienes repugnaban
las ideas de cosas sobrenaturales, no demostradas,
según ellos, e hicharon ((**It2.510**)) las
narices de algunos exaltados por los escritos de
Gioberti, que tenían entre ceja y ceja la obra de
don Bosco y exclamaban: <<íCosas de los
jesuitas!>> Y así de estos malintecionados
empezaron a burlarse en sus conversaciones de
nuestro buen padre, satirizando no sólo las
campanas, sino hasta las campanillas
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