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entregaban para el Oratorio, cuyo cajero, por así
decir, era él mismo. Estas cantidades,
generalmente pequeñas, pero numerosas ((**It2.503**)) pasaron
por las manos del teólogo Borel, incansable en
pedir para el querido Oratorio. Merecen
recordarse los nombres de los primeros
cooperadores registrados por este santo Teólogo.
Ellos son: los Canónigos Fissore, Vacchetta,
Melano, Duprez, Fantolini, Zappata; los teólogos
Aimeri Berteù, Saccarelli; Vola, Carpano, Pablo
Rossi, don Pacchiotti; el abate Pullini, el
reverendo señor Durando, el conde Rademaker,
marqués Gustavo de Cavour, general Miguel
Engelfred, Carlos Richelmy; los abogados Molina,
Blengini; la baronesa señorita Borsarelli;
señorita Moia, el caballero Borbonese; la condesa
Masino, las señoras Cavallo y María Bogner; los
señores Benedicto Mussa, Antonio Burdín, Gagliardi
y Casa Bianchi. Estos y otros, no anotados en el
registro del teólogo Borel, cuyas limosnas también
nos son conocidas, formaban la vanguardia del
ejército de cooperadores que ayudaría a don Bosco
a lo largo de su vida.
Don Bosco, pues, partió hacia Morialdo en
compañía de un joven estudiante llamado Tonín, que
frecuentaba el Oratorio. Después de descansar
algunos días en Castelnuovo, en casa de su
queridísimo vicario don Cinzano, fue a I Becchi
con su madre. Ansioso de saber noticias del
Oratorio, de la fiesta de la Asunción de la Virgen
María y de la procesión que los muchachos habían
preparado con tanto interés, escribió al teólogo
Borel el 22 de agosto de 1846:
<>Estoy en Catelnuovo; mi viaje fue bueno,
aunque con las sacudidas del borriquillo. Mi
salud ha mejorado mucho; el comer, beber, dormir,
sin otra cosa que hacer, los paseos por estas
colinas que exhalan un aire puro y fresco, han
cambiado mi color y mi aspecto en pocos días.
((**It2.504**)) >>Veo
verdaderamente que la mano de Dios ha favoredio mi
salud.
Me encuentro mñas fuerte y con más energías que
antes de esta última enfermedad, sin aquel ardor
de garganta que tanto me fastidiaba. Deo gratias.
>>No sé si habrá disminuido el calor en Turín:
aquí respiramos un fresco que da vida de verdad,
pese a que la sequía ha desolado el campo, y no se
oyen más que lamentos y suspiros de los pobres
campesinos, resignados de todos modos a la Divina
voluntad. Tonín me hace excelente compañía y me
mantiene maravillosamente alegre. íCuántas veces
besaría su mano y la de don Pacchiotti, si
estuvieran aquí!
(**Es2.377**))
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