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Cuando don Bosco se enteró de los graves votos
que algunos habían hecho, sin la debida reflexión,
a fuer de buen director de espíritu que era, se
apresuró a conmutarlos por cosas fáciles y de
mayor ventaja espiritual: cambió los ayunos por
simples mortificaciones; los rosarios enteros por
una tercera parte o por otras prácticas piadosas;
los votos perpetuos por temporales, y así
sucesivamente.
De este modo, alternadas con dolores, concedía
Dios nuevas alegrías a los hijos de don Bosco, el
cual encontraba en esta enfermedad nuevo motivo
para humillarse. Fue a verle algún tiempo después
un sacerdote amigo suyo, que juntamente con otras
personas le expresaba su alegría al verlo
restablecido para bien de tantos muchachos. Don
Bosco dejó que hablara y, después, dejando
conmovidos al amigo y acompañantes, respondió:
-Si hubiera muerto, me parece que habría ido al
Paraíso. íYo estaba preparado! íAhora quién sabe
...!
Habían transcurrido casi cuarenta años cuando
aquel mismo amigo le dijo a don Bosco:
-Querido don Bosco, recuerdas todavía lo que me
dijiste el año 1846?
((**It2.499**)) -Me
acuerdo perfectamente: te dije que si hubiera
muerto entonces yo estaba preparado, verdad?
-Pero, mira cuánto bien has podido hacer con la
ayuda de Dios: Oratorios, Congregaciones
Religiosas, colegios, internados; tus misioneros
están por toda la faz de la tierra. Si hubieras
muerto entonces, no existiría todo esto.
-Te equivocas, amigo: todo eso se hubiera hecho
lo mismo. Sólo Dios ha sido el autor...í todo es
obra de sus manos!
Inclinó la cabeza, y con los ojos arrasados de
lágrimas, repitió:
-íTodo es obra de las manos de Dios!
Esta su habitual humildad fue la causa del
incremento incesante que empezó a cobrar aquel año
de 1846 la institución del Oratorio. La Santísima
Virgen le había preparado los auxilios prometidos.
De Ella se puede decir lo mismo que se lee de la
Sabiduria Eterna en las sagradas páginas: <>1.
1. Proverbios, III, 16.
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