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-Querido don Bosco, vaya a dar gracias a la
Virgen, que buen motivo tiene para ello.
No hay pluma capaz de decribir la satisfacción
que inundó todos los corazones, cuando se supo que
don Bosco había mejorado. Fue tanta la alegría,
que, no pudiendo expresarla con palabras, los
muchachos la manifestaban con las lágrimas de sus
ojos. íQué cambio de escena! El llanto de pena del
día anterior se trocaba al día siguiente en llanto
de la más pura alegría. íViva el Señor! íViva
María!, gritaban entusiasmados y íViva el Señor!
íViva María del Consuelo, que nos ha consolado de
veras!
La alegría y los vivas se repitieron con más
solemnidad todavía cuando don Bosco, apoyado en un
bastón, volvió al Oratorio. Era un domingo por la
tarde. Apenas supieron los jóvenes que quería
hacerles una visita fueron a buscarle al Refugio.
Los más fuertes lo llevaron a hombros en un
sillón; los demás, unos delante, otros detrás y a
los lados, formaban cortejo. Los chiquillos
tenían tanto miedo de molestarlo que casi no se
atrevían a acercársele. La emoción era tan
fuerte, que todos lloraban y don Bosco también
lloraba. Aquello fue un espectáculo, una fiesta
de amor, más fácil de imaginarla que de
describirla. El teólogo Borel hizo una plática;
les habló de la gracia obtenida de Dios por
intercesión de María y animó a todos a poner
siempre su confianza en Ella, y a demostrar su
agradecimiento con su asistencia al Oratorio.
También don Bosco les dirigió unas palabras. Dijo
entre otras cosas:
<((**It2.498**)) que
Dios ha conservado mi vida gracias a vuestras
súplicas; la gratitud exige que yo la emplee toda
para vuestro bien espiritual y temporal. Así
prometo hacerlo durante todo el tiempo que el
Señor me deje en esta tierra, y vosotros, por
vuestra parte, ayudadme>>.
Y terminó con este recuerdo:
<>.
Después se expuso el Santísimo Sacramento y se
cantó el Te Deum en acción de gracias con
indecible fervor.
(**Es2.373**))
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