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con sus lágrimas, recogió sus oraciones, sus
votos, los presentó ante el trono de Dios y obtuvo
la gracia suspirada: María se mostró Madre
verdaderamente amorosa y consoladora. Por su
bondad maternal y por la misericordia de Dios
aquella noche, que según los cálculos humanos
debía señalar el término de la vida del Director y
Padre de tantos jóvenes, ((**It2.496**)) señaló,
en cambio, el fin del dolor de sus hijos. Hacia
la medianoche, el teólogo Borel, que lo asistía
para recomendarle el alma y recoger su último
aliento, sintió la inspiración de sugerirle que
también él hiciera una plegaría por su curación.
Don Bosco callaba.
El teólogo, después de unos instantes, volvió a
decirle:
-Recuerde lo que nos enseña la Sagrada
Escritura: In infirmitate tua ora Dominum, et ipse
curabit te. (En tu enfermedad, ruega al Señor,
que él te curará)1.
Don Bosco respondió:
-Dejemos que Dios haga su santa voluntad.
-Diga al menos: Señor, si así os place,
curadme.
Pero él no quería.
-Déme este gusto, querido don Bosco, añadió
cariñosamente el amigo; se lo pido en nombre de
nuestros queridos hijos; diga sólo estas palabras,
dígalas de corazón.
Entonces el enfermo, para consolarlo, dijo con
voz débil:
-Sí, Señor, si así os place, curadme.
Pero, como nos contaba después, en su interior
había formulado la oración en estos términos:-Non
recuso laborem. (No rechazo el trabajo). Si puedo
ayudar a alguna alma, dignaos, Señor, por
intercesión de vuestra Madre santísima, devolverme
la salud precisa que no sea contraria al bien de
mi alma.
El buen teólogo, en cuanto oyó la invocación de
don Bosco, se enjugó las lágrimas, y con rostro
sereno exclamó: Así, basta; ahora estoy seguro:
usted curará. Como si él hubiera sabido que
después de las oraciones de los demás sólo faltaba
la de don Bosco, para que aquéllas fueran
plenamente oídas. Y no se equivocó. Poco
después, el enfermo se durmió. Al despertarse,
estaba fuera de peligro y como renacido a una vida
nueva.
((**It2.497**)) Por la
mañana llegaron los doctores Botta y Cafasso con
miedo a encontrarlo muerto. Tomáronle el pulso y
dijeron:
1. Eclesiástico XXXVIII, 9.
(**Es2.372**))
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