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El enfermero ponía alguna dificultad, pero, al
se pocos, cedía y les dejaba entrar.
Imaginad su alegría y la expresión de pena que
luego aparecía en su rostro, al contemplar al
querido enfermo en aquel estado. Después de unas
palabras, algunos se arrodillaban, porque habían
venido precisamente para confesarse con don Bosco
y, a duras penas, se les podía convencer para que
saliesen. Pero no sólo le manifestaban su afecto
con las lágrimas, sino sobre todo, con las obras.
Al ver que los remedios humanos no dejaban ya
esperanza alguna, recurrieron a los del Cielo, con
fervor admirable. Divididos en grupos, se
alternaban en el santuario de la Consolata desde
la mañana hasta muy tarde, rogando a María que
guardara la vida de su querido amigo y padre.
Colocaban velas ante la imagen milagrosa; oían
misas y comulgaban. No se acostaban sin hacer una
oración especial por el pobre don Bosco, invitaban
a los familiares a unirse a ellos: algunos velaban
rezando durante toda la noche. Hubo quienes
llegaron a hacer voto de rezar el rosario entero
durante un mes, otros por un año y no pocos
durante toda la vida. Varios ayunaron aquellos
días a pan y agua ((**It2.495**)) y
prometieron ayunar durante meses y años, si María
les devolvía sano y salvo a su querido don Bosco.
Hemos sabido, en efecto, que varios muchachos
albañiles, en razón de su voto, ayunaron
rigurosamente algunos días, sin disminuir en lo
más mínimo su pesado trabajo; y a la hora de
descanso del mediodía, iban corriendo a alguna
iglesia a rezar ante el Santísimo Sacramento.
Qué sucedió con tantas oraciones y tantas
buenas obras?
Era un sábado del mes de julio, dedicado a la
augusta Madre de Dios. Se habían hecho muchísimas
oraciones, comuniones, mortificaciones; sin
embargo, al llegar la noche, no había un rayo de
esperanza de que el Cielo quisiera escucharlas.
El pobre enfermo estaba tan grave, que los
asistentes tenían por seguro moriría aquella
noche. Así lo creían también los médicos,
reunidos en consulta. Don Bosco, por su parte, se
sentía completamente falto de fuerzas, perdía
continuamente sangre, no pensaba más que entregar
su alma en manos de Dios. Tranquilo y sereno
infundía ánimos a los que lloraban. A veces
soltaba piadosas ocurrencias que consolaban en tan
supremos momentos a algunos y les hacía desear
encontrarse en su lugar.
Pero, sería posible que la guadaña de la muerte
hubiera de cortar una vida tan preciosa, y abrir
en los corazones inocentes de tantos muchachos una
llaga cruel?
No; la Virgen piadosa no dejaría desconsolados
a tantos pobres jovencitos, que habían puesto en
Ella toda su confianza. Se dejó enternecer
(**Es2.371**))
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