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cosa fácil de dar y cada quisque estima su
pellejo. A veces nos encontramos con caras
siniestras que no son del pueblo, y no se sabe qué
es lo que aquí los trae, pero nos conviene
disimular.
Entre otras cosas del castillo, mostró aquel
señor a don Bosco una hermosa biblioteca, de la
cual, ((**It2.35**)) como un
grato recuerdo de tan hospitalaria acogida, don
Bosco eligió y pidió al dueño un libro titulado:
Compendio de Historia Eclesiástica, de Lorenzo
Verti Fiorentino. El dueño se lo concedió: en la
última página de ese libro escribió don Bosco:
<>. Don Bosco
conservó siempre consigo este libro. Aquel señor,
después de un espléndido almuerzo quiso acompañar
a don Bosco y a su compañero durante un buen
trecho del camino hacia Ponzano.
Al contar esta singular aventura, don Bosco no
dio a entender nada de las inquietudes y molestias
sufridas. Las contrariedades de todo género las
convertía en motivo de broma y de alegres
recuerdos. La paciencia y la tranquilidad de ánimo
eran la eterna característica de don Bosco. Su
noble corazón no olvidaba jamás un beneficio
recibido. Su generosidad no dejaba nunca sin una
recompensa las molestias, incomodidades y gastos
hechos en su favor. Aquí compraba un libro, allá
adquiría un litro de vino o un kilo de trigo; a
unos regalaba libros u objetos de devoción, a
otros mandaba lo que su madre había logrado sacar
del corral o del huerto o lo mejor que a él le
habían regalado. A las personas de servicio no les
escatimaba jamás una propina, dejándosela al
marchar sobre la mesita de noche y diciéndole a
quien le preguntaba confidencialmente la razón de
su proceder:
-No es justo quede sin recompensa el que ha
tenido que hacer por causa nuestra un trabajo
extraordinario.
((**It2.36**)) Tampoco
dejó don Bosco pasar aquel otoño sin visitar al
sacristán mayor de la catedral de Chieri, don
Carlos Palazzolo, que celebró su primera misa el
mismo día que él. Ya hemos visto cómo don Bosco le
ayudó a aprender el latín. Mientras estuvo en el
seminario, Palazzolo acudía a él para recoger los
apuntes de filosofía y teología que él le
entregaba escritos con todo esmero y calidad en
dos o tres hojas y que el discípulo aprendía de
memoria, una tras otra. Se presentaba luego a los
exámenes ante los profesores del seminario(**Es2.37**))
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