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Llegó finalmente don Bosco y pasó a su presencia.
Estaba ella cercada de buen número de admiradores,
((**It2.479**)) sentada
en medio de ellos, pero en un asiento aislado.
Esperaba que don Bosco se presentaría
reverentemente y con formas corteses; mas he aquí
que don Bosco, sin decir palabra ni mirarla, fue a
sentarse junto a los que le hacían corona y
escuchaban la conversación.
A cierto punto el señor Melanotti se volvió a
él y le dijo:
-Vea, don Bosco, qué suerte la nuestra: tener
con nosotros a la Santa y oír sus sabias y
espirituales enseñanzas.
-Muy bien, respondió don Bosco; pero yo querría
hablar a solas con esta señora y tratar con ella
asuntos confidenciales muy importantes.
La mujer, picada por la actitud de don Bosco y
presintiendo, aunque confusamente, que le
aguardaba alguna reprimenda, se puso en pie y con
aspecto y voz magistral, dijo:
-Me gusta hablar en público y que todos oigan y
vean mi modo de comportarme. No busco
subterfugios. Me gusta el est est (sí, sí) y el
non non (no, no) del santo Evangelio.
-Sea así, replicó don Bosco; respeto su máxima
y su interpretación de la Sagrada Escritura; pero
tenga la bondad de oírme un momento y creo la
dejaré contenta, con noticias que le van a gustar
mucho.
Entonces ella, tras un momento de duda, salió
de la sala, invitando a don Bosco a seguirla.
Melanotti se apostó de forma que pudiera ser
testigo de lo que sucediera. Pasaron a la
habitación contigua. Dejaron la puerta abierta.
Ella esperaba a que don Bosco hablase. Y después
de un momento de silencio, le dijo el buen
sacerdote a media voz:
-Cuánto tiempo hace que usted se dedica a este
negocio de mentirosa, hipócrita, bribona?
-Cómo?, cómo?, respondió la mujer frenando a
duras penas la cólera; íno nos entendemos!
((**It2.480**)) -Por
eso, porque no nos entendemos, le repito mi
pregunta, añadió tranquilamente don Bosco.
-Yo una hipócrita?, yo una embustera?,
exclamaba encolerizada la mujer.
-Sí, sí, prosiguió don Bosco; usted es una
hipócrita, una soberbia, que está abusando del
nombre de Dios, engañando al vulgo con sus malas
artes.
-Usted sí que es un soberbio...; gritó la
mujer. Y ciega por la ira, estaba a punto de
vomitar todo un torrente de injurias.
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