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((**Es2.36**) llegar a la muralla que lo cercaba, empezaron a ladrar dos grandes mastines. La comitiva detuvo el paso, porque era peligroso adelantarse, y a grandes voces llamaron al amo y anunciaron la llegada de dos viajeros extraviados. El dueño, un tal señor Moioglio, uno de esos vejetes chapados a la antigua y a la buena, todo corazón y caridad, acudió en seguida, acalló a los perros que parecían dos becerros, y metió en casa a don Bosco y a sus compañeros, dispensándoles la más grata y cariñosa acogida. Aunque la noche ya estaba muy avanzada, había en el salón unos cuantos amigos, con los que acostumbraba a divertirse en honestos juegos. Al aparecer don Bosco todos se levantaron. El viejo invitó a don Bosco a tomar asiento y le preguntó quién era. Apenas supo que venía de Castelnuovo, empezó a enumerar los conocidos que allí tenía: ((**It2.34**)) la familia Bertagna, la tal casa y la tal otra, el párroco, el capellán, y don Lacqua... Y después de celebrar la llegada de personas que conocían a sus propios amigos, se apresuró a quitarles las ropas mojadas y cubrió a don Bosco con su propia capa. Mandó preparar una buena cena para que recuperasen las fuerzas. Sentados a la mesa, siguió el vejete hablando de mil cosas en amena conversación. Al levantar los manteles, dijo a don Bosco: -Tengo capilla en el castillo y, si usted quiere hacernos el favor, mañana, podremos oír su misa. Será un regalo para mi señora, que es muy devota y gusta mucho de las cosas de iglesia. Don Bosco accedió con mucho gusto, y, rendido de cansancio, se fue a dormir hacia la media noche. Al alba del día siguiente, la campana del castillo tocaba a misa y la gente de los caseríos vecinos acudió a ella. Quería don Bosco reemprender en seguida el camino hacia Ponzano, pero aquel buen señor no le permitió salir de ningún modo: le acompañó a visitar el castillo, que era de un conjunto tan severo que estremecía. Después de dar una vuelta alrededor de la muralla, se fijó don Bosco en la entrada de unas oscuras galerías que se internaban en la colina. -Mire, decía el señor, nadie se ha atrevido a explorar esos subterráneos que, a lo que parece, son muy extensos; porque todos saben que sirven de refugio a ladrones, asesinos y tal vez acuñadores de moneda falsa. Estos van y vienen, unas veces están, otras no; pero nadie se atreve a penetrar. Ni los mismos guardias se han arriesgado hasta ahora a ello. A nosotros nos toca callar, porque un golpe es(**Es2.36**))
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