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En consecuencia, advertía a sus colaboradores y a
los muchachos mayores y más juiciosos que
anduvieran alerta y no se dejaran engañar por las
voces del pueblo, sino que permanecieran unidos al
Papa y al Arzobispo, dispuestos a secundar sus
instrucciones. También monseñor Fransoni, quizá el
primero de entre los obispos, entreveía el móvil
principal de aquellas demostraciones, la
hipocresía y las torcidas intenciones de las
sectas y no tardó en advertir con firmeza a sus
diocesanos, y especialmente a sus más íntimos,
entre los que se contaba don Bosco, que no se
dejaran atrapar por aquellas apariencias de
libertad y de amor al Papado. Por eso, iba
creciendo en ciertas camarillas un sordo disgusto
contra el eximio Prelado, el cual, dispuesto a
sufrir cualquier persecución antes que faltar a su
deber, seguía rigiendo serenamente su diócesis y
con admirable serenidad de espíritu, proveyendo
con solicitud a las necesidades de cada parroquia.
((**It2.478**)) En
efecto, Monseñor encargaba aquellos días a don
Bosco que fuera a Viú, en los valles de Lanzo,
para averiguar la conducta de cierta mujer a la
que, por su modo de vivir, aparentemente
sobrenatural, apodaban la Santa de Viú. Sin que
ella lo negara, se había corrido la voz de que
hacía mucho tiempo no se la veía probar alimento
alguno. Hacía buen uso de las muchas limosnas que
recibía, socorriendo a las niñas pobres y
huérfanas. La gente acudía a ella en demanda de
consejo y suplicando oraciones.
Don Bosco obedeció, se informó exactamente y
vio que se trataba de una mujer de buena conducta
moral y cumplidora de las leyes de la Iglesia;
pero sospechó que se daba en ella una gran
ignorancia junto a una sutil vanagloria. Se
trataba, por tanto, de investigar la verdad de la
santidad de su vida, juzgando la rectitud de sus
intenciones y examinando los hechos maravillosos
que de ella se contaban.
Don Bosco, pues, después de haber acompañado a
don Cafasso hasta San Ignacio para los Ejercicios
Espirituales, bajó a Lanzo en compañía de su amigo
el señor Melanotti, dueño de un café, y fue a Viú.
Al llegar, acercóse a casa del párroco y envió a
Melanotti a casa de la santa para anunciar su
próxima visita, pero sin demostrar que tenía
ninguna prisa en verla y sin dar ninguna
importancia al hecho. El señor Melanotti, bien
amaestrado y con encargo de examinar los más
pequeños gestos y palabras de aquella mujer,
partió con la embajada. Pareció que la santa no
quedó muy satisfecha con un anuncio tan frío y, a
duras penas, pudo reprimir un acto de impaciencia,
cuando vio que pasaba una hora y el visitante no
comparecía.
(**Es2.359**))
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