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((**Es2.353**) para la celebración de algunas misas; y, en el mes de junio del mismo año, haber prestado al Oratorio las alfombras del Refugio para la fiesta de San Juan. En junio de 1851 registra otras cincuenta liras que le ha entregado la misma Marquesa. Estas limosnas las entregaba el Teólogo a don Bosco, mientras que otras, a lo que parece no demasiado frecuentes, probablemente le fueron entregadas por medio de diversas personas, para él desconocidas. Los conocedores del carácter y costumbres de aquella noble Señora aseguran que no pudo suceder de otro modo. Hemos de añadir, además, que la Marquesa era mujer de insigne piedad y de un fondo sinceramente humilde, a pesar de su carácter fuerte. Por eso, cuando don Bosco iba a visitarla, al despedirse, siempre se ponía ella de rodillas pidiéndole la bendición. Así lo atestigua don Giacomelli, el cual añade con la sencillez de las almas buenas: -Y eso no lo hacía conmigo. Entretanto don Bosco, a fines de mayo, andaba preocupado por su alojamiento, ya que en agosto debía abandonar ((**It2.470**)) el Hospitalillo. Estaba inquieto con el nuevo género de vida que debía adoptar. En las escuelas, en el seminario, en la parroquia, en la Residencia Eclesiástica, en el Refugio, había vivido siempre en familia y, de aquí en adelante, tenía que estar solo. Pero él sabía levantar los ojos a María Santísima, de la que siempre había obtenido los auxilios y favores oportunos. No tardó, pues, en tomar una determinación. Ya desde que ocupó el cobertizo transformado en capilla, su primer pensamiento fue el de establecerse en aquella casa, liberándose de los peligrosos vecinos, pues también la casa Pinardi era lugar de mala fama y de desorden. De no haberse manifestado claramente la voluntad del Señor, se hubiera censurado a don Bosco de una grave imprudencia. Pero él se preparó enseguida a la obra. Era cuestión de tiempo y de dinero. En cuanto al tiempo, hacía falta paciencia; en cuanto al dinero, no había que reparar en sacrificios. Había que desalojar a aquella gente indeseable, haciéndole imposible la vuelta. El señor Pinardi tenía arrendada a Pancracio Soave toda la parte de la casa destinada a vivienda, que se componía de once estancias, cinco en la planta superior, con las buhardillas, y seis en la planta baja. Soave se reservó algunas para su alojamiento y la fábrica de almidón, las demás las tenía subarrendadas. Don Bosco entabló tratos con Soave. Según iban acabando los arriendos con los distintos inquilinos, o bien cuando se marchaban, buscaba él hacerse dueño de (**Es2.353**))
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