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conocimiento de muchos, poco a poco, ((**It2.468**)) con lo
que don Bosco ganaba, puesto que lo que él quería
era que no quedara su nombre manchado. El despido
inesperado del Refugio podía dar ocasión Dios sabe
a qué sospechas contra él, por parte de la gente
que no conociera, con pruebas claras, el verdadero
motivo. No olvidaba el consejo de los libros
santos: <>. Y esta
era la razón de su comportamiento, de sus
pensamientos y hasta de sus respuestas, en cierto
modo provocativas, a fin de que se oyera de labios
de la misma Marquesa la palabra de la propia
justificación.
En efecto, él seguía visitándola, pero los dos
empleaban formas diplomáticas. La Marquesa hablaba
con sosiego y don Bosco respondía con seriedad. A
veces tuvieron lugar escenas bastante graciosas.
La Marquesa, con mucha calma, pero con una sonrisa
un tanto irónica, le decía apenas entraba en el
recibidor:
-Qué, está usted en la miseria, verdad?
-íAh, no! respondía don Bosco afablemente, pero
con aire grave y reservado; no he venido a
hablarle de dinero; conozco sus intenciones y no
quiero molestarle con tales impertinencias. Tanto
más que no necesito nada... Y, si me lo permite,
añadiré una palabra, sin intención de ofenderla,
...íno necesito de usted, señora Marquesa!
-Con que no?, replicaba ella; ívaya con el
soberbio!
-Se lo repito, añadía don Bosco: íno quiero su
dinero!, pero he de decirle que, aunque usted no
se mueva para socorrerme, sabiendo mi necesidad,
yo tengo otra disposición muy distinta hacia
usted. He de decirle, y es una suposición
inadmisible, que si la señora Marquesa estuviera
en la miseria y necesitase de mí, yo me quitaría
la capa y hasta el pan de mi boca para socorrerla.
((**It2.469**)) La
Señora quedó impresionada por un instante, pero
volviendo a su acostumbrada desenvoltura, le dijo:
-Ya lo sé, ya sé que usted se jacta de no tener
necesidad de mí y de que no quiere mis favores. Lo
mismo hacía el canónigo Cottolengo: no quería mi
dinero.
Y la buena Señora, malhumorada en apariencia,
mantuvo su irrevocable palabra de no entregar más
limosnas a don Bosco personalmente; pero su
intención no era la de negar todo socorro al
Oratorio. Y por eso, en secreto, de cuando en
cuando, le hacía llegar alguna cantidad, mas
prohibiendo a sus mensajeros manifestar el nombre
de la bienhechora. Efectivamente, en un registro
autógrafo del teólogo Borel, donde anotaba las
limosnas recibidas para el Oratorio festivo, anota
con fecha del 17 de mayo de 1847 haber recibido de
la Marquesa, por medio de don Cafasso, ochocientas
diez liras
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