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((**Es2.352**) conocimiento de muchos, poco a poco, ((**It2.468**)) con lo que don Bosco ganaba, puesto que lo que él quería era que no quedara su nombre manchado. El despido inesperado del Refugio podía dar ocasión Dios sabe a qué sospechas contra él, por parte de la gente que no conociera, con pruebas claras, el verdadero motivo. No olvidaba el consejo de los libros santos: <>. Y esta era la razón de su comportamiento, de sus pensamientos y hasta de sus respuestas, en cierto modo provocativas, a fin de que se oyera de labios de la misma Marquesa la palabra de la propia justificación. En efecto, él seguía visitándola, pero los dos empleaban formas diplomáticas. La Marquesa hablaba con sosiego y don Bosco respondía con seriedad. A veces tuvieron lugar escenas bastante graciosas. La Marquesa, con mucha calma, pero con una sonrisa un tanto irónica, le decía apenas entraba en el recibidor: -Qué, está usted en la miseria, verdad? -íAh, no! respondía don Bosco afablemente, pero con aire grave y reservado; no he venido a hablarle de dinero; conozco sus intenciones y no quiero molestarle con tales impertinencias. Tanto más que no necesito nada... Y, si me lo permite, añadiré una palabra, sin intención de ofenderla, ...íno necesito de usted, señora Marquesa! -Con que no?, replicaba ella; ívaya con el soberbio! -Se lo repito, añadía don Bosco: íno quiero su dinero!, pero he de decirle que, aunque usted no se mueva para socorrerme, sabiendo mi necesidad, yo tengo otra disposición muy distinta hacia usted. He de decirle, y es una suposición inadmisible, que si la señora Marquesa estuviera en la miseria y necesitase de mí, yo me quitaría la capa y hasta el pan de mi boca para socorrerla. ((**It2.469**)) La Señora quedó impresionada por un instante, pero volviendo a su acostumbrada desenvoltura, le dijo: -Ya lo sé, ya sé que usted se jacta de no tener necesidad de mí y de que no quiere mis favores. Lo mismo hacía el canónigo Cottolengo: no quería mi dinero. Y la buena Señora, malhumorada en apariencia, mantuvo su irrevocable palabra de no entregar más limosnas a don Bosco personalmente; pero su intención no era la de negar todo socorro al Oratorio. Y por eso, en secreto, de cuando en cuando, le hacía llegar alguna cantidad, mas prohibiendo a sus mensajeros manifestar el nombre de la bienhechora. Efectivamente, en un registro autógrafo del teólogo Borel, donde anotaba las limosnas recibidas para el Oratorio festivo, anota con fecha del 17 de mayo de 1847 haber recibido de la Marquesa, por medio de don Cafasso, ochocientas diez liras (**Es2.352**))
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