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Miró la Marquesa la casucha, penetró en aquella
especie de cochera, contempló un momento aquel
lugar pobre y desacomodado; y, como no sabía nada
de la misión celestial de don Bosco, creyó que
rehusaba sus generosas ofertas y se metía en un
ambiente tan miserable, por capricho y espíritu de
contradicción. Avisado don Bosco de su llegada,
salió a su encuentro. Apenas le vio la Marquesa,
empezó a decirle sin más cumplidos:
-Y ahora, qué va usted a hacer aquí, si yo no
le ayudo? íNo tiene una perra chica, lo sé!; y a
pesar de ello no quiere rendirse a mi proposición?
íPeor para usted! íPiénselo bien antes de
decidirse: se trata de su porvenir!
Era un choque singular el de don Bosco y la
Marquesa Barolo. El había aceptado
transitoriamente el cargo de capellán y director
del Hospitalillo. Ejercía el sagrado ministerio
con las muchachas sólo por deber y por motivos de
caridad, mientras ((**It2.467**)) que
sentía por los muchachos una santa inclinación,
inspirada por la gracia de Dios. Por eso, si bien
el empleo actual le ofrecía comodidad, honores y
ventajas materiales, prefería para sí la pobreza
evangélica de su vocación y decía al Señor:
Inclina mi corazón hacia tus dictámenes, y no a
ganancia injusta 1. Y no le apartaba de su
propósito la certeza de perder el favor y la
gracia de una persona tan generosa con todas las
obras de caridad. Así que, terco en su decisión,
se mostraba frío a las insistencias de la noble
dama e impasible a sus amonestaciones. Aunque
dispuesto, como veremos, a prestar sus servicios
en favor de las obras de la Marquesa, jamás se
hubiera doblegado a pedirle un socorro, que de
algún modo pudiera atarle por gratitud, con
perjuicio para su Oratorio. La Marquesa por su
parte, obstinada en lo que creía bueno, tampoco
podía perdonar a don Bosco, aún apreciando su
virtud, que quisiera abandonar sus Institutos.
Veía con ello disipado su acariciado proyecto de
formar una especie de congregación sacerdotal, a
la que confiar sus establecimientos, a fin de que
conservaran el espíritu fundacional, ya que ella
había intuido en don Bosco las cualidades
necesarias para realizarlo, poniéndole a él como
director. Por eso, ella, que contaba con el apoyo
del Rey y de todas las autoridades, con sus
riquezas, con la nobleza de su familia, con la
popularidad que le daba su acción benéfica, no
podía menos de sentir la invencible resistencia de
don Bosco. Sus familiares se dieron cuenta
fácilmente de ello, porque confiaba su disgusto a
las amistades que acudían a visitarla. De este
modo, el asunto fue llegando a
1 Salmo CXVIII, 36.
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