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((**Es2.35**) Corrieron a toda prisa hacia aquel lugar y percibieron el agradable olor de pan recién cocido. No tardaron en ver algunas personas que trabajaban junto a un horno. Se acercaron, pero apenas se dio cuenta aquella gente de su presencia abandonaron todo, escaparon corriendo a casa, cerraron llenos de miedo y dejaron a los dos viajeros estupefactos y contrariados. Don Bosco se acercó a la casa y les dijo: -Salid, salid, no temáis; somos gente honrada que hemos perdido el camino; apenas si nos aguantamos de pie, empapados por la lluvia; no queremos haceros ningún daño; venid a cuidar vuestro pan, que se va a chamuscar. Era como hablar a sordos; no atendían a razones. Después de mucho rogar, entreabrieron la puerta; lo suficiente para poder espiar al exterior y se asomaron unos hombres armados de cuchillos, horcas y hoces. Preguntaron a don Bosco, con voz destemplada, quién era y a dónde quería ir. -Soy un pobre sacerdote, respondió, y éste un amigo mío; íbamos a Ponzano, pero desgraciadamente hemos perdido el camino: podéis estar tranquilos; no queremos haceros ningún daño. Cesó entre tanto el temporal, se acercó mucha gente a los forasteros y se tranquilizaron un tanto aquellos hombres armados que, al fin, salieron, volvieron al horno y entablaron conversación con don Bosco. Al preguntarles por qué se habían asustado tanto, respondieron que aquellos contornos estaban infestados de asesinos ((**It2.33**)) que, la noche anterior, habían matado a un hombre en aquella misma aldea. Y añadieron que los guardias recorrían los campos en busca de los malhechores, los cuales todavía no habían caído en sus manos. Entonces don Bosco les pidió por favor que le acompañasen a Ponzano; y los campesinos, extrañados, le hicieron saber que estaba todavía muy lejos del término de su viaje. Les pidió por caridad le prestasen ropa, porque su sotana chorreaba por todas partes y calaba el agua sus huesos. Aquella buena gente se excusó diciendo que eran pobres; pero le dirigieron a un rico señor que vivía cerca, el cual podría proveerle de lo necesario. Don Bosco les rogó que alguno les guiará, pues no conocían el terreno. Después de pensárselo un rato, se armaron de horcas y de hoces, tanto era el miedo que tenían de los criminales, y partieron con don Bosco y su compañero. Tomaron un estrecho sendero que serpenteaba por una altura y llegaron al pie de un castillo que dominaba el poblado. El camino formaba una hondonada entre dos setos muy altos. Al(**Es2.35**))
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