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Corrieron a toda prisa hacia aquel lugar y
percibieron el agradable olor de pan recién
cocido. No tardaron en ver algunas personas que
trabajaban junto a un horno. Se acercaron, pero
apenas se dio cuenta aquella gente de su presencia
abandonaron todo, escaparon corriendo a casa,
cerraron llenos de miedo y dejaron a los dos
viajeros estupefactos y contrariados. Don Bosco se
acercó a la casa y les dijo:
-Salid, salid, no temáis; somos gente honrada
que hemos perdido el camino; apenas si nos
aguantamos de pie, empapados por la lluvia; no
queremos haceros ningún daño; venid a cuidar
vuestro pan, que se va a chamuscar.
Era como hablar a sordos; no atendían a
razones. Después de mucho rogar, entreabrieron la
puerta; lo suficiente para poder espiar al
exterior y se asomaron unos hombres armados de
cuchillos, horcas y hoces. Preguntaron a don
Bosco, con voz destemplada, quién era y a dónde
quería ir.
-Soy un pobre sacerdote, respondió, y éste un
amigo mío; íbamos a Ponzano, pero desgraciadamente
hemos perdido el camino: podéis estar tranquilos;
no queremos haceros ningún daño.
Cesó entre tanto el temporal, se acercó mucha
gente a los forasteros y se tranquilizaron un
tanto aquellos hombres armados que, al fin,
salieron, volvieron al horno y entablaron
conversación con don Bosco.
Al preguntarles por qué se habían asustado
tanto, respondieron que aquellos contornos estaban
infestados de asesinos ((**It2.33**)) que, la
noche anterior, habían matado a un hombre en
aquella misma aldea. Y añadieron que los guardias
recorrían los campos en busca de los malhechores,
los cuales todavía no habían caído en sus manos.
Entonces don Bosco les pidió por favor que le
acompañasen a Ponzano; y los campesinos,
extrañados, le hicieron saber que estaba todavía
muy lejos del término de su viaje. Les pidió por
caridad le prestasen ropa, porque su sotana
chorreaba por todas partes y calaba el agua sus
huesos. Aquella buena gente se excusó diciendo que
eran pobres; pero le dirigieron a un rico señor
que vivía cerca, el cual podría proveerle de lo
necesario. Don Bosco les rogó que alguno les
guiará, pues no conocían el terreno. Después de
pensárselo un rato, se armaron de horcas y de
hoces, tanto era el miedo que tenían de los
criminales, y partieron con don Bosco y su
compañero. Tomaron un estrecho sendero que
serpenteaba por una altura y llegaron al pie de un
castillo que dominaba el poblado.
El camino formaba una hondonada entre dos setos
muy altos. Al(**Es2.35**))
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