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((**Es2.349**) que de palabra; sobre todo porque cuando tengo el honor de hablar con usted, no me permite expresarle el aprecio que tengo a su persona y mi admiración por su virtud, juntamente con mi agradecimiento por los cuidados que con tanto celo se ha tomado y continúa tomándose por mis Obras. >>Cuando el Hospitalillo vino a aumentar el número de éstas, creímos que era necesario nombrar un capellán para dicho hospital. En nadie mejor que en usted podía yo poner mi confianza. Usted eligió al óptimo don Bosco y me lo presentó. Me gustó también a mí, desde el primer momento, y encontré en él aquel aire de recogimiento y de ((**It2.464**)) sencillez propios de las almas santas. Nuestro conocimiento empezó en otoño de 1844, cuando el Hospitalillo no podía abrirse, y, en efecto, no se abrió hasta agosto de 1845. Pero el deseo de asegurar la adquisición de un sujeto tan bueno, hizo que se anticipara su entrada con el estipendio de su empleo. Pocas semanas después de establecerse en su compañía, M.R. Sr. Teólogo, lo mismo la Superiora del Refugio que yo, observamos que su salud no le permitía ningún esfuerzo. Recordará usted cuántas veces le recomendé que se cuidara de él y lo dejara descansar, etc., etc. El no me hacía caso; decía que los sacerdotes debían trabajar, etc. >>La salud de don Bosco empeoró hasta mi partida para Roma. Seguía trabajando y esputaba sangre. Fue entonces cuando recibí una carta de usted, señor Teólogo, en la que me decía que don Bosco no estaba en condiciones de desempeñar el cargo que se le había confiado. Yo respondí enseguida que estaba dispuesta a continuar dando a don Bosco su estipendio, a condición de que no se ocupara de nada: y sigo dispuesta a cumplir mi palabra. Cree usted, señor Teólogo, que no es hacer nada el confesar, el hablar con centenares de muchachos? Yo creo que esto perjudica a don Bosco y creo que es necesario vaya lejos de Turín, para no cansar de este modo sus pulmones. Porque cuando estaba en Gassino, los muchachos iban a confesarse con él y él les volvía a llevar a Turín. >>Su caridad, señor Teólogo, es tan grande que seguramente me estoy mereciendo la opinión desfavorable que de mí tiene, dándome claramente a conocer que yo quiero impedir la enseñanza del catecismo, que se imparte los domingos a los muchachos, y los cuidados que se toma de ellos durante la semana. Creo que la obra es óptima en sí y digna de las personas que la han emprendido; pero creo por mi parte que la salud de don Bosco no le permite continuarla, y por otra, que la reunión de estos muchachos, que ((**It2.465**)) antes esperaban (**Es2.349**))
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