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consagrada al bien de los pobres muchachos, y
nadie podrá apartarme del camino que el Señor me
ha trazado.
-Entonces, usted prefiere sus vagabundos a mis
institutos? Si es así, queda despedido a partir de
este momento: hoy mismo buscaré quien le
sustituya.
Al llegar a este punto, don Bosco le hizo
observar que un despido tan precipitado podía
ocasionar sospechas poco honrosas, y que sería
mejor operar con calma y guardar entre ellos la
misma caridad que habrían querido se mantuviera
cuando se encontrasen ante el tribunal de Dios.
Ante estas palabras la Marquesa se calmó un
poco y acabó diciendo:
-Bueno, le doy tres meses de tiempo, después de
los cuales usted dejará a otros la dirección de mi
instituto.
Don Bosco aceptó y, lleno de confianza en Dios,
se abandonó a su siempre amorosa Providencia. Esta
confianza aseguraba el éxito de su empresa, porque
ya lo dice el Espíritu Santo: <> 1.
Pero la Marquesa no se dio por vencida e,
intentando disuadirlo de su propósito con la
perspectiva de un mísero porvenir, le envió a su
secretario, Silvio Péllico, con este encargo:
-Renueve a don Bosco mi proposición. Si acepta,
bien; yo haré todo lo que él quiera. Si se
obstina, repítale ((**It2.463**)) que no
vuelva jamás a mi puerta para pedir limosna. Se
verá necesitado muy pronto, lo preveo; pero yo no
le daré ni un solo centavo.
Don Bosco no se dejó disuadir y mandó decir a
la Marquesa: que le dolía mucho causar disgustos a
una señora tan buena y a quien tanto debía; pero
que él sabía que el Señor le llamaba a la misión
de los niños y temía ir contra su santísima
voluntad abandonándolos. Que éste era el único
motivo que le obligaba a no rendirse a las
generosas ofertas de la Marquesa.
Don Cafasso y el teólogo Borel se enteraron muy
pronto del molesto incidente. La Marquesa, después
de una entrevista con don Cafasso, de quien
ciertamente no supo nada de lo que don Bosco le
había confiado, escribía al teólogo Borel:
<>Después de una entrevista que he tenido con
don Cafasso, creo debo dar a usted una
explicación. Prefiero hacerlo por escrito, mejor
1 Jeremías XVII, 5.
(**Es2.348**))
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