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admitir que usted pueda continuar con la dirección
de mis Obras y la de los muchachos abandonados,
sobre todo habiendo aumentado tanto su número. Le
propongo, pues, que haga solamente lo que es de su
obligación, esto es, la dirección del Hospitalillo
y que cese de ir a las cárceles, al Cottolengo, y
sobre todo, que deje a esos muchachos. Qué me dice
usted?
-Señora Marquesa, Dios me ha ayudado hasta el
presente y espero que no dejará de hacerlo en
adelante; por consiguiente, no se preocupe de lo
que hay que hacer, porque entre el teólogo Borel,
don Pacchioti y don Bosco se hará todo a su
satisfacción.
((**It2.461**)) -Pero
yo no puedo tolerar que usted se mate; tantas y
tan diversas ocupaciones, se quiera o no,
perjudicarán su salud y la de mis institutos.
Además, las voces que corren sobre... sus
facultades mentales, me obligan a aconsejarle...
-A aconsejarme qué, señora Marquesa?
-A que deje usted su Oratorio o mi pequeño
Hospital. Piénselo y ya me responderá lo que crea
conveniente.
-Ya está pensado, puedo responderle ahora
mismo: su señoría tiene dinero y medios abundantes
y fácilmente encontrará todos los sacerdotes que
quiera para dirigir sus institutos. No sucede lo
mismo con los pobres muchachos, y por eso no puedo
ni debo abandonarlos. Si yo me retirase ahora, se
perdería el fruto de muchos años. Así que seguiré
haciendo con gusto en el Refugio todo lo que yo
pueda, pero dejaré mi ocupación regular en él,
para entregarme del todo al cuidado de los
muchachos.
-Y a dónde irá usted a vivir? Y cómo vivirá
usted sin paga?
-Iré adonde me llama la divina Providencia.
Dios no me abandonó hasta el presente y espero que
no me faltará en adelante.
-Pero usted arruina su salud; su cabeza no
resiste más, necesita reposo. Oiga, pues, mi
consejo de madre, don Bosco, y yo seguiré
pagándole y hasta le aumentaré el estipendio si
quiere; váyase usted a pasar una temporada en
cualquier sitio, uno, tres, cinco años, lo que
necesite: descanse; y, cuando se haya
restablecido, vuelva al Refugio, donde será usted
siempre bien recibido. De otro modo usted mismo me
coloca en la necesidad de despedirle de mi casa.
Si me obliga a dar este paso, usted se engolfará
en deudas por culpa de sus muchachos; entonces
vendrá ((**It2.462**)) usted a
pedirme socorro, y yo, se lo digo desde ahora, no
admitiré ninguna de sus demandas. Piénselo
seriamente.
-Señora Marquesa, lo tengo pensado hace tiempo:
mi vida está
(**Es2.347**))
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