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Hermanas de San José, casi llorando, les contó lo
que don Bosco le había dicho. Y añadió:
-Rezad por él; tengo miedo de que este santo
varón enloquezca a no tardar.
En consecuencia, determinó convencer a don
Bosco para que pusiera un límite a sus duros
trabajos. Al ver cómo su salud iba perdiendo a
ojos vistas, le mandó llamar y, después de haberle
aconsejado que se tomara varios meses de absoluto
reposo en algún lugar saludable y solitario, le
ofreció la suma de cerca de cincuenta mil liras
para que se sometiese a una cura que ella entendía
le era necesaria.
-Señora Marquesa, respondió don Bosco con todo
respeto; agradezco su caritativa oferta; pero yo
no me he hecho sacerdote para cuidar de mi salud.
El teólogo Borel, que estaba presente y conocía
el corazón de don Bosco, quedó tan admirado que,
con frecuencia recordaba esta respuesta como
prueba de la santidad de su amigo; y, sin
nombrarlo, la repetía también en las instrucciones
a sacerdotes y clérigos.
Pero la Marquesa no quedó satisfecha. Con su
sincera proposición, esperaba que don Bosco,
alejándose de Turín por algún tiempo, olvidaría a
sus muchachos. Si antes no se había demostrado
ajena a que él ((**It2.460**))
atendiese también a su Oratorio, ahora temiendo
los inconvenientes de las visitas que los
muchachos le hacían al Refugio o al Hospital,
había resuelto que don Bosco se dedicase
únicamente a sus institutos. Demasiado absorbida
como estaba por sus propias obras y por su
carácter exclusivista, no había comprendido el
espíritu de don Bosco, lo mismo que tampoco había
sabido comprender el del venerable canónigo José
Benito Cottolengo.
Firme como era en sus decisiones, se presentó
un día en la habitación de don Bosco y le dijo:
-Estoy muy satisfecha del cuidado que usted se
toma por mis institutos, y le agradezco haya
introducido en ellos el cántico sagrado, el canto
gregoriano, la música y de que haya enseñado en
las escuelas la aritmética, el sistema métrico y
otras cosas de gran utilidad.
-No necesito que me lo agradezca, señora
Marquesa, respondió don Bosco; el sacerdote debe
trabajar por obligación y yo no he hecho más que
cumplir con mi deber; espero de Dios la
recompensa, si la he merecido.
-Quiero decirle y repetirle, que me duele mucho
que sus muchas ocupaciones hayan quebrantado su
salud. No es posible
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