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((**Es2.346**) Hermanas de San José, casi llorando, les contó lo que don Bosco le había dicho. Y añadió: -Rezad por él; tengo miedo de que este santo varón enloquezca a no tardar. En consecuencia, determinó convencer a don Bosco para que pusiera un límite a sus duros trabajos. Al ver cómo su salud iba perdiendo a ojos vistas, le mandó llamar y, después de haberle aconsejado que se tomara varios meses de absoluto reposo en algún lugar saludable y solitario, le ofreció la suma de cerca de cincuenta mil liras para que se sometiese a una cura que ella entendía le era necesaria. -Señora Marquesa, respondió don Bosco con todo respeto; agradezco su caritativa oferta; pero yo no me he hecho sacerdote para cuidar de mi salud. El teólogo Borel, que estaba presente y conocía el corazón de don Bosco, quedó tan admirado que, con frecuencia recordaba esta respuesta como prueba de la santidad de su amigo; y, sin nombrarlo, la repetía también en las instrucciones a sacerdotes y clérigos. Pero la Marquesa no quedó satisfecha. Con su sincera proposición, esperaba que don Bosco, alejándose de Turín por algún tiempo, olvidaría a sus muchachos. Si antes no se había demostrado ajena a que él ((**It2.460**)) atendiese también a su Oratorio, ahora temiendo los inconvenientes de las visitas que los muchachos le hacían al Refugio o al Hospital, había resuelto que don Bosco se dedicase únicamente a sus institutos. Demasiado absorbida como estaba por sus propias obras y por su carácter exclusivista, no había comprendido el espíritu de don Bosco, lo mismo que tampoco había sabido comprender el del venerable canónigo José Benito Cottolengo. Firme como era en sus decisiones, se presentó un día en la habitación de don Bosco y le dijo: -Estoy muy satisfecha del cuidado que usted se toma por mis institutos, y le agradezco haya introducido en ellos el cántico sagrado, el canto gregoriano, la música y de que haya enseñado en las escuelas la aritmética, el sistema métrico y otras cosas de gran utilidad. -No necesito que me lo agradezca, señora Marquesa, respondió don Bosco; el sacerdote debe trabajar por obligación y yo no he hecho más que cumplir con mi deber; espero de Dios la recompensa, si la he merecido. -Quiero decirle y repetirle, que me duele mucho que sus muchas ocupaciones hayan quebrantado su salud. No es posible (**Es2.346**))
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