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CAPITULO XLIX
DON BOSCO DESPEDIDO DEL REFUGIO -CARTA DE LA
MARQUESA AL TEOLOGO BOREL -SU PLENA CONFIANZA EN
DIOS; AMOR A LA POBREZA EVANGELICA; EXQUISITA
PRUDENCIA EN LA GUARDA DE SU PROPIO
HONOR-CONTRASTES NOTORIOS Y LIMOSNAS SECRETAS
-PRIMERAS HABITACIONES ALQUILADAS EN CASA PINARDI
YA hacía casi ocho meses que la marquesa Barolo
estaba en Roma, a causa de las graves dificultades
encontradas para obtener la aprobación de las
reglas para sus institutos religiosos. Pero las
continuas oraciones ante el Santísimo Sacramento,
las insistentes visitas al Santo Padre Gregorio
XVI, a los Cardenales y a otros Prelados
influyentes, y una carta de recomendación del rey
Carlos Alberto, obtuvieron finalmente de la
Sagrada Congregación de Obispos y Regulares lo que
ella deseaba. Lo que sucedió con gran admiración
de muchos, que habían creído imposible conseguir
tal favor. El 6 de mayo de 1846 volvía la Marquesa
a Turín con las Constituciones modificadas y
aprobadas. Fue recibida con gran fiesta por las
Hermanas de Santa Ana, las Magdalenas y muchas
personas agradecidas a su beneficencia. Don Bosco,
juntamente con los sacerdotes del Refugio, fue a
darle la bienvenida y, parte por sus labios y
parte por los de Silrio Péllico, su compañero de
viaje, supo lo difícil que resultaba alcanzar, de
la prudente dilación de la Santa Sede, ((**It2.459**)) la
aprobación de una nueva orden religiosa. Esta
relación debía servirle de norma y aviso para los
años venideros; pero le ocasionó, al mismo tiempo,
una gran alegría, el recordar las promesas
misteriosas tenidas en sueños. Con su acostumbrada
sonrisa dijo, bromeando, a la Marquesa:
-Déme mucho dinero, déme millones y verá lo que
voy a hacer: me levantaré tan alto que cubriré con
mis alas a todo el mundo.
La Marquesa, sabedora ya de las oposiciones del
Municipio de Turín contra el Oratorio festivo y de
las habladurías propagadas sobre don Bosco, se
extrañó de esas palabras, y cuando fue a las
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