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el párroco, el vicepárroco y otro sacerdote y
estuvieron confesando hasta la una de la tarde,
sin poder acabar con todos los jóvenes.
Pero no acabó ahí el apuro. Aquellos buenos
muchachos, al salir de Turín, habían hecho lo
mismo que las turbas seguían a Jesús por el
desierto: únicamente preocupados por encontrar a
don Bosco y confesarse con él, habían marchado sin
provisión alguna, puesto que pensaban volver a
casa a tiempo para almorzar. Por lo cual, además
de satisfacer su piedad, era necesario calmar su
hambre canina, aumentada con el cansancio del
viaje sin probar bocado. Como no se podía realizar
el milagro de la multiplicación de los panes, el
buen cura sacó del apuro a don Bosco, supliendo el
milagro con su caridad. Sacó cuanto había en su
despensa: pan, polenta, habichuelas, arroz,
patatas, fruta y queso. Todo lo puso ante los
hambrientos huéspedes y como no bastara con lo que
tenía en casa, acudió a pedir prestado a los
vecinos. De este modo el juvenil ejército obtuvo
el alimento necesario, y al volver a la ciudad,
ninguno se desmayó por el camino.
Pero aquella mañana, a más de los apuros de don
Bosco y de su generoso huésped, hubo un disgusto
inesperado y una gran contrariedad entre los
maestros de las Escuelas Cristianas, los
predicadores de Ejercicios y otras personas
invitadas, ya que, al llegar la hora de la misa y
de la comunión general, no había presentes, más
que unos pocos de los cuatrocientos alumnos:
((**It2.457**)) todos
los demás estaban en Sassi o perdidos por aquellos
alrededores.
Igualmente, otro día de vacaciones un grupo de
éstos, entre ellos un hermano de Miguel Rúa, se
dirigió temprano a Sassi para oír la misa de don
Bosco y recibir la comunión de sus manos. Los que
no habían podido confesarse antes de la partida,
se confesaron allí con él. La función se alargó
hasta muy tarde, pero volvieron todos a la ciudad
la mar de satisfechos, dejando a don Bosco muy
contento. Miguel Rúa se lo oía contar a su
hermano, tres años mayor que él, con la alegría y
los gratos recuerdos de aquel hermoso paseo.
Cada uno puede fácilmente deducir de estos
hechos cómo querían a don Bosco los muchachos que
le conocían; y qué poco, por otra parte, se
prestaba Sassi para su descanso y la mejoría de su
quebrantada salud.
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