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CAPITULO XLVIII
DON BOSCO EN SASSI - LOS ALUMNOS DE LAS ESCUELAS
CRISTIANAS - ARROJO JUVENIL - UN DOBLE APURO - LA
CARIDAD SUPLE AL MILAGRO
EN todos los tiempos y lugares demostró la
juventud un corazón sensible con quien la ama
sinceramente y busca su verdadero bien. Turbas de
chiquillos y muchachos se apretujaban en derredor
del divino Salvador, porque les quería mucho más
que un tierno padre a sus hijos. San Felipe Neri
iba cercado de muchachos por doquiera, porque el
Apóstol de Roma les trataba con una bondad
inefable. Lo mismo les sucedía a San José de
Calasanz, a San Jerónimo Emiliani, al beato
Sebastián Valfré, a San Francisco de Sales y a
muchos otros santos, que recibieron de Dios la
misión de salvar a los niños. Y en nuestros
tiempos, son una prueba incontestable, de cómo
amaron los jóvenes a don Bosco, los hechos que nos
disponemos a narrar.
Don Bosco, además del trabajo del Oratorio, se
ocupaba del sagrado ministerio en las cárceles, en
el Hospital del Cottolengo y en el Refugio; por
consiguiente era muy poco el tiempo libre que le
quedaba. Esta incesante ocupación durante el día
hacía que se viese obligado a estudiar y trabajar
de noche, a fin de compilar los libros que
necesitaba: determinación que le resultó ((**It2.453**)) fatal.
Unas semanas después de haber tomado posesión del
cobertizo Pinardi, se quebrantó de tal modo su
salud, ya de por sí endeble, que los médicos le
aconsejaron que abandonara todo trabajo, si no
quería llegar a una irreparable desgracia en la
flor de la vida. El teólogo Borel, que le quería
como a un hermano, al verle en aquella situación,
le envió a pasar una temporadilla en casa del
estupendo teólogo Pedro Abbondioli, párroco de
Sassi, en el suburbio de la ciudad y a los pies de
la colina de Superga. Iba allí durante los días de
la semana, y el sábado por la tarde volvía a la
ciudad para pasar el domingo con sus muchachos.
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