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Y después de contar lo que había hecho en favor
de los hijos del pueblo, concluía:
-Si usted no puede, a lo mejor, hacer el bien,
ruégole no permita que otros hagan el mal. Pongo a
mis muchachos bajo su protección: hágales usted de
padre.
Y aquellos señores quedaban como obligados a
prometérselo cordialmente.
-Pero eso no es todo, seguía don Bosco. Ruégole
que, si llegaren a su conocimiento noticias contra
el Oratorio, tenga la bondad de no dejarse
sorprender, ni de enfadarse, sino de realizar
cuanto antes el conocimiento de los hechos; más
aún, llamarme para pedirme cuentas, pues yo
siempre estaré dispuesto a dar sinceramente toda
suerte de explicaciones. Por lo demás, sepa
disimular también mis defectos.
((**It2.451**)) Estas
palabras dichas con toda ingenuidad, alcanzaban su
intento. La prudencia, lo mismo que en otras
páginas de nuestro libro, no nos permite citar
nombres. Solamente diremos que hubo quien,
obligado por mandatos injustos y poderosos a
perseguir sus instituciones, mantuvo su amistad
personal, disminuyendo así cuanto pudo sus
tribulaciones. Y don Bosco encontró siempre entre
las primeras autoridades privinciales y
municipales poderosos apoyos que le liberaban de
muchos pleitos; y algún anticlerical, altamente
colocado, aunque no le hiciese ningún beneficio,
tampoco permitía que se le hiciera ningún daño por
los partidos enfurecidos contra él.
(**Es2.340**))
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