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-Confío solamente en la divina Providencia. Y
si en este mismo instante inspirara la divina
Providencia al señor Vicario que me concediese
alguna ayuda, yo se la agradecería de corazón.
Conmovido el Marqués, sonrió a su vez y le
entregó doscientas liras.
Aún fue don Bosco otras veces a visitarlo,
particularmente durante su última enfermedad.
Gustavo y Camilo, hijos del Marqués, estrecharon
lazos amistosos con don Bosco e iban de vez en
cuando al Oratorio de Valdocco para charlar con
él. Precisamente en el palacio de Cavour es donde
el Abate Antonio Rosmini se hospedaba cuando iba a
Turín, y precisamente en él, cuatro años más
tarde, conversó don Bosco varias veces con el
filósofo de Rovereto.
Habrá notado lector cómo don Bosco no se dejaba
vencer en medio de estas contrariedades ni por el
miedo, ni por el fastidio, y que escribía,
visitaba, buscaba recomendaciones, realizaba, en
fin, con constancia heroica cuanto fuera necesario
para superar las dificultades. Así se condujo en
miles de circunstancias difíciles; y le veremos
practicar siempre la máxima de San Ignacio:
<>.
Después de la muerte del Marqués, no hubo nadie
en el Municipio ni en el Gobierno que durante años
molestase al Oratorio. Pero don Bosco por su
parte, jamás hizo nada contra las leyes del
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aunque no las reconociera como legítimas, o fueran
contrarias a las leyes de Dios y de la Iglesia, y
no las apoyase de ningún modo. En sus
conversaciones, lo mismo en público que en
privado, siempre le oímos recomendar a jóvenes y
adultos la obediencia a las autoridades civiles
porque, decía, el que manda, ha sido puesto por
Dios para mandar; mientras que él mismo daba
ejemplo prestando la debida sumisión a los que
presidían la Administración, industriándose a la
par para acercarse a ellos.
Su tranquilidad resuelta y previsora fue el
secreto de las muchas amistades que hizo con los
que alcanzaban el poder. Cada vez que era nombrado
un nuevo ministro, un nuevo gobernador, un nuevo
alcalde, iba a visitarlos. Esto causaba buena
impresión en los que así se veían honrados por don
Bosco, unía sus corazones y producía buenos
frutos. Tanto más cuanto que a menudo aquellos
señores estaban prevenidos en su contra y así él
tenía ocasión de preparar su defensa.
-Vengo, les decía, para recomendar a usted a
mis muchachos.
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