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pidiéndole que les confesase. Y don Bosco con gran
placer, les hacía este favor. Como quiera que los
guardias que debían vigilarle eran ((**It2.448**))
cambiados cada domingo, se puede decir que todos
se confesaron y comulgaron. Con lo cual se
hicieron amigos del Oratorio, y los que al
principio se apostaban en diversos puntos de la
ciudad para impedir eventualmente que los
muchachos recogidos por don Bosco levantaran
tumulto, persuadidos ahora de su engaño, ya no
pensaron más en tomarse semejante molestia.
Decía un día don Bosco:
-íSiento no haber hecho sacar una fotografía o
un dibujo de los muchachos de aquellos tiempos,
para que ahora se viese cómo estaban en la
iglesia, qué ordenados iban a clase, y cuántos y
cómo eran! Sería un hermoso cuadro, creo yo, poder
contemplar varios centenares de jóvenes sentados y
atentos, escuchando mi palabra, entre seis
guardias municipales uniformados, colocados por
parejas, firmes, en tres puntos distintos de la
iglesia, con los brazos cruzados, oyendo también
ellos el mismo sermón. Y me asistían tan
maravillosamente a los muchachos, aunque
únicamente habían venido para vigilarme a mí.
Hubiera sido precioso pintar a estos guardias,
cuando con el dorso de la mano se enjugaban las
lágrimas, o escondían su cara con un pañuelo para
que los otros no viesen su emoción. O bien
dibujarlos, de rodillas entre los muchachos, en
derredor de mi confesonario aguardando su turno.
Yo predicaba más para ellos que para los
muchachos.
Sin embargo don Bosco no quiso, en su admirable
prudencia, que el marqués de Cavour quedase bajo
la impresión de una especie de derrota, a la que
se vería sometido con desdoro de su parte. Así que
buscó la recomendación de una persona querida por
el Marqués y, después de cierto tiempo, alcanzó
que le presentara un noble amigo. Calmó con su
dulzura el ánimo irritado del Marqués, manifestóle
la sincera veneración que le profesaba, disipó con
pruebas evidentes las deplorables equivocaciones,
explicó los motivos de su resistencia y le pidió
su apoyo.
((**It2.449**)) Al
término de la conversación, declaróse el Marqués
satisfecho de sus aclaraciones, reconoció la
utilidad de aquellas reuniones en favor de la
juventud y prometióle dejar en paz el Oratorio.
Don Bosco le había explicado todo lo que hacía con
los muchachos.
-Pero de dónde saca usted el dinero para
sostener tantos gastos?, interrumpió el Marqués.
Don Bosco, con la sonrisa en los labios,
levantando los ojos al cielo, respondió:
(**Es2.338**))
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