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((**Es2.337**) visitarlos durante la semana y darles buenos consejos; en fin, en hacer por ellos lo que sus padres no hacen, unas veces porque no pueden y otras porque no quieren. -Pero los mayores, no hablan de revolución y de guerra? -No se habló de ello una palabra ni en la iglesia ni fuera de ella. Yo soy del parecer de que aquellos mozalbetes estarían dispuestos y aún serían capaces de hacer una revolución y librar una gran batalla en derredor de una cesta de panecillos; más aún, estoy seguro de que cada uno de ellos daría tal prueba de valentía, que se merecería una medalla de honor. Fuera de este caso, señor Marqués, no hay peligro de ningún género. Este guardia decía la verdad, lo mismo que la decían también todos los demás, que con frecuencia eran llamados e interrogados por sus oficiales; y esa ((**It2.447**)) fue siempre y sigue siendo la política del Oratorio de San Francisco de Sales y de sus discípulos. Otro guardia respondía francamente a su capitán: -Don Bosco predica en verdad la revolución y me revolucionó a mi contra mí mismo; yo también fui a cumplir con Pascua, después de muchos años que no lo hacía. Habló de la muerte como si ya estuviéramos muertos, o como si al cabo de media hora hubiésemos de morir y después... íQué terrible es el infierno! íJamás había oído yo una descripción como aquélla! Sin embargo, don Bosco dijo al final que todo lo que él había dicho no era nada, casi ni una débil sombra de como es en realidad. Vaya, que yo no quiero de ningún modo ir a parar con los demonios. La orden de vigilancia del Marqués produjo, en efecto, un gran bien espiritual a casi todos los guardias. Ellos, particularmente a la hora del sermón, estaban inmóviles, atentísimos para no perder una sílaba. Don Bosco, casi bromeando, les invitaba, a lo mejor, a echarle una mano para la asistencia de los muchachos. De este modo él empezó a tratar los temas más pavorosos: el infierno, los tormentos que allí se sufren y la eternidad del daño; la muerte con todos sus detalles, para los buenos y para los malos; el juicio universal y su terrible aparato, con todas sus circunstancias. Y era tan grande la fuerza de su palabra, que los oyentes quedaban santamente espantados; pero sabía, al final, presentar tan bien la bondad de Dios, el poder de la intercesión de María Santísima y de los Santos, que se reanimaba en todos la esperanza de poder alcanzar todavía el premio celestial. Los guardias, que nunca habían oído predicar estas verdades y que no se habían confesado hacía años, conmovidos y espantados, se acercaban a don Bosco, apenas terminaba de predicar, (**Es2.337**))
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