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Hemos de señalar entre éstos, con profundo
agradecimiento, al singular conde José Provana de
Collegno, ministro de control general, o sea de
hacienda, por aquellos días, en la corte del rey
Carlos Alberto. Varias veces el caritativo señor
había enviado a don Bosco algunos socorros de su
propio peculio o de parte del Soberano, a quien
tenía minuciosamente informado de todo lo
referente al Oratorio. El Rey por su parte le oía
hablar con gusto de él, y siempre que se celebraba
alguna solemnidad especial, el Conde le leía la
relación que don Bosco acostumbraba a enviarle
((**It2.444**)) o
escuchaba la que el mismo Conde le hacía
verbalmente. Por ello, convencido del gran bien
que se hacía a la pobre juventud de sus Estados,
quiso decir a don Bosco muchas veces cuánto
apreciaba el sagrado ministerio que ejercía; lo
comparaba con el trabajo de las misiones
extranjeras y expresaba su deseo de que en todas
las ciudades y pueblos del Reino se establecieran
instituciones semejantes. Su augusto corazón no se
contentaba con palabras; de vez en cuando le
mandaba socorros, y aquel mismo año le había
enviado, como aguinaldo de principio de año,
trescientas liras acompañadas de estas palabras:
para los pilluelos de don Bosco.
Con un amigo y protector como éste no podía
sufrir la causa del Oratorio. En efecto, cuando
llegó a saber que la Intervención Municipal estaba
a punto de reunirse para decretar su cierre, llamó
al mencionado Conde, que era uno de sus miembros,
y le encargó que comunicase en aquella sesión su
augusta voluntad con estas palabras: <>.
Por lo cual el señor Conde, que había asistido
en silencio a la animada discusión de sus colegas,
cuando vio que se preparaba la orden del cierre
definitivo del querido Oratorio, se levantó, y
pidiendo la palabra, cumplió su mandato, señalando
la voluntad del Príncipe con las citadas palabras.
Imposible decir cómo quedaron el Marqués y sus
partidarios al escuchar la soberana comunicación.
Inclinaron la cabeza, callaron, y Cavour disolvió
la sesión. Así, en el momento en que todo parecía
perdido, el Señor manifestaba claramente que no se
perdía nada, antes se ganaba, ya que algunos de
aquellos consejeros, tal vez prevenidos, y que se
habían mostrado enemigos o indiferentes, se
convirtieron, ((**It2.445**)) a
partir de entonces, en amigos y bienhechores de
don Bosco y sus muchachos. Tanto más cuanto que el
Rey había también dejado a entender, que tomaba
bajo su protección al todavía microscópico
instituto.
(**Es2.335**))
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