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((**Es2.335**) Hemos de señalar entre éstos, con profundo agradecimiento, al singular conde José Provana de Collegno, ministro de control general, o sea de hacienda, por aquellos días, en la corte del rey Carlos Alberto. Varias veces el caritativo señor había enviado a don Bosco algunos socorros de su propio peculio o de parte del Soberano, a quien tenía minuciosamente informado de todo lo referente al Oratorio. El Rey por su parte le oía hablar con gusto de él, y siempre que se celebraba alguna solemnidad especial, el Conde le leía la relación que don Bosco acostumbraba a enviarle ((**It2.444**)) o escuchaba la que el mismo Conde le hacía verbalmente. Por ello, convencido del gran bien que se hacía a la pobre juventud de sus Estados, quiso decir a don Bosco muchas veces cuánto apreciaba el sagrado ministerio que ejercía; lo comparaba con el trabajo de las misiones extranjeras y expresaba su deseo de que en todas las ciudades y pueblos del Reino se establecieran instituciones semejantes. Su augusto corazón no se contentaba con palabras; de vez en cuando le mandaba socorros, y aquel mismo año le había enviado, como aguinaldo de principio de año, trescientas liras acompañadas de estas palabras: para los pilluelos de don Bosco. Con un amigo y protector como éste no podía sufrir la causa del Oratorio. En efecto, cuando llegó a saber que la Intervención Municipal estaba a punto de reunirse para decretar su cierre, llamó al mencionado Conde, que era uno de sus miembros, y le encargó que comunicase en aquella sesión su augusta voluntad con estas palabras: <>. Por lo cual el señor Conde, que había asistido en silencio a la animada discusión de sus colegas, cuando vio que se preparaba la orden del cierre definitivo del querido Oratorio, se levantó, y pidiendo la palabra, cumplió su mandato, señalando la voluntad del Príncipe con las citadas palabras. Imposible decir cómo quedaron el Marqués y sus partidarios al escuchar la soberana comunicación. Inclinaron la cabeza, callaron, y Cavour disolvió la sesión. Así, en el momento en que todo parecía perdido, el Señor manifestaba claramente que no se perdía nada, antes se ganaba, ya que algunos de aquellos consejeros, tal vez prevenidos, y que se habían mostrado enemigos o indiferentes, se convirtieron, ((**It2.445**)) a partir de entonces, en amigos y bienhechores de don Bosco y sus muchachos. Tanto más cuanto que el Rey había también dejado a entender, que tomaba bajo su protección al todavía microscópico instituto. (**Es2.335**))
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