((**Es2.334**)
-Obedezco a mi superior que es el Arzobispo, y
no hago nada que pueda perjudicar a la autoridad
civil; confieso, predico, celebro la santa misa,
enseño catecismo y no creo que su excelencia tenga
nada que desaprobar ni observar en cuanto a ello.
-Entonces no quiere usted ceder? Pues bien...
íPuede usted retirarse!
Se levantó don Bosco y terminó diciendo:
-Créame, señor Marqués, yo no soy irrespetuoso
ni terco. Permítame añadir que, si cediese al
cierre del Oratorio, temería la maldición de Dios
sobre mí y sobre su excelencia.
Pero el Marqués estaba resuelto a vencer, por
pundonor, y como no había logrado de monseñor
Fransoni que prohibiese a don Bosco el ejercicio
de aquél su sagrado ministerio, creyó que podría
llegar a hacer cerrar el Oratorio con una
sentencia formal de la Intervención. Así que, tras
unas semanas de preparación del ánimo de los
consejeros de Intervención, decidió el Marqués
convocarlos a una sesión extraordinaria. Y ya que
no había logrado ganar para su causa al venerado
Arzobispo, hombre tan celoso de sus deberes como
del bien de las almas, quiso que al menos se
encontrara presente, con la lisonja ((**It2.443**)) de
darle a entender que la cruz y la espada se unían
para dar el golpe mortal al Oratorio. Pero,
habiendo sabido que el santo Prelado no se
encontraba bien de salud y que, por tanto, no
podría acudir al Ayuntamiento, convocó el Marqués
la sesión de Intervención en el mismo Arzobispado.
En el día y hora establecidos llegaron a la
casa del Arzobispo
aquellos Señores con toda pompa y solemnidad, y
tomaron asiento en los sillones preparados.
<>. Se discutió en aquella
imponente asamblea largamente por una y otra
parte; se habló mucho de las ventajas e
inconvenientes de las reuniones de tantos
muchachos; y finalmente, dado que la mayoría era
partidaria de la opinión del Marqués, se llegó a
la conclusión de que era absolutamente necesario
cerrar el Oratorio, con lo que se acabarían
aquellas reuniones, que amenazaban y comprometían
la tranquilidad pública. Y ciertamente hubieran
prevalecido el engaño y la malevolencia, si Dios
no hubiese provisto a don Bosco y a sus muchachos
de una valiosa defensa.
En efecto, Dios que, para hacer resaltar mejor
la importancia de la obra del Oratorio, permitía
que algunos se opusieran a ella, tampoco dejaba de
suscitar poderosos amigos en la misma corte real.
(**Es2.334**))
<Anterior: 2. 333><Siguiente: 2. 335>