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para convertir en capilla su sotechado, tuvo que
excavar un metro de tierra, como ya hemos
indicado. La tierra sacada la amontonó al noroeste
de la casa, a pocos pasos de la puerta de la
capilla, y servía de diversión para los muchachos,
que subían y bajaban al montículo como soldados,
cuando ganan o pierden una posición estratégica.
Hubo alguien que insistió a don Bosco para que se
quitase aquel estorbo; pero don Bosco había
respondido:
-Dejad ese montón de tierra: ya se quitará más
tarde cuando se edifique en este mismo lugar una
gran capilla.
Estaba vivo en su mente el recuerdo del sueño.
Ahora bien, a principio del verano, subió don
Bosco a aquel montículo, y, cercado de muchos
jóvenes, hizo cantar con un aire especial:
Se alaben noche y día
los nombres de Jesús y de María;
y siempre sea alabado
el nombre de Jesús, Verbo encarnado.
De repente impuso silencio y les dijo:
-Queridos hijos míos, escuchad el pensamiento
que pasa ahora por mi mente: Vendrá un día en que
aquí mismo, en donde ahora nos encontramos, estará
((**It2.440**)) el
altar mayor de una iglesia nuestra a la cual
vendréis vosotros a comulgar y a cantar las
alabanzas del Señor.
Cinco años más tarde se comenzaba la iglesia, y
el altar mayor coincidía precisamente con el lugar
señalado por don Bosco. El arquitecto había
trazado el plano sin conocer para nada aquella
predicción.
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