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le agradezco su atención para procurar satisfacer
mi deseo de una vida solitaria y retirada, y por
ello le doy las más rendidas gracias.
Durante el próximo año debo prestar todavía mis
pobres servicios en este Municipio, de acuerdo con
lo estipulado; aunque, si yo lo hubiera pedido,
podía haber dejado mi puesto y batirme en retirada
en el pasado junio; pero ahora ya está así
convenido.
Mejor que aceptar otra escuela o capellanía,
pensatis pensandis (bien pensado todo), prefiero
seguir con esta escuela, que casi es un
<> para un pobre viejo como yo, ya que,
durante el invierno, no pasan de doce o quince los
alumnos, y después de Pascua, queda uno o ninguno.
Tal vez sea lo mejor volver a mi patria chica,
para acabar mis días allí donde los empecé. Dulcis
amor patriae, dulce videre suos (el dulce amor de
la patria, la dulzura de ver a los propios): pero
lo cierto es que sucederá lo que Dios quiera.
Acepto con gusto el ofrecimiento de misas que
su amabilidad me encarga... y seguiré celebrando,
favente Deo, (si Dios quiere) según su intención
hasta la mitad de ((**It2.30**))
septiembre próximo, o hasta su deseada venida.
Mariana sigue bien y le saluda.
Se acabó la página, cierro el sobre y
esperándole con el corazón abierto, junto con su
madre, si fieri potest (si es posible), le deseo
toda suerte de bienes y me profeso siempre suyo,
LACQUA Pbro.
P. S. Le ruego presente mis respetos al señor José
Scaglia y a toda su familia, cuando tuviere
ocasión.
Después de la novena y fiesta del Santo
Rosario, don Bosco pudo cumplir su promesa. El
catorce de octubre fue el día de la excursión a
Ponzano. Allí le esperaban su antiguo maestro,
Mariana la hermana de su madre, gracias a la cual
había podido empezar sus estudios y el párroco,
antiguo conocido suyo.
Describo detalladamente ese viaje porque lo oí
de labios del mismo don Bosco, que poseía un don
especial para este tipo de narraciones, ya que
recordaba las más insignificantes circunstancias.
Lo hacía con tal sencillez y gusto, que se
traslucía en sus palabras el grato recuerdo de una
impresión esculpida indeleblemente en su mente y
más aún en su corazón. En sus palabras aparecía la
santidad de sus intenciones, la corrección de sus
modales, hasta cuando recordaba una anécdota sólo
para recrear a sus oyentes. De nada sentía el
menor remordimiento o de qué avergonzarse.
Recordaba, sonreía,(**Es2.33**))
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