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acercaba a un muchacho, y, como quien desea
confiarle un secreto, le decía al oído con
indecible bondad y dulzura:
-Cuándo vas a confesarte? Te espero el sábado
por la tarde.
Y hacía que el joven se lo prometiera. A otro
le preguntaba:
-Vas todavía a aquel lugar, con aquel
compañero? Me vas a dar el gusto de no volver,
verdad?
El interesado daba su palabra. Se acercaba a un
tercero:
-He oído que se te ha escapado una blasfemia;
íatento a no decirla nunca más!
Y la recomendación no se olvidaba. A un cuarto
le espetaba:
-Vendrás todos los domingos al Oratorio?
Y una sonrisa era la respuesta afirmativa.
-Necesitaría que me hicieras un favor, decía a
un quinto.
Y a un sexto:
-Me lo harías?
-Con mucho gusto, y qué favor es?
-Que el próximo domingo trajeras a tus
compañeros a confesar y comulgar contigo.
A veces se le escapaba una palabra poco decente
a un pilluelo engolfado en el juego, y don Bosco,
tomándolo aparte, le decía en voz baja:
-Esa palabra disgusta al Señor.
De este modo, a uno le recomendaba ser más
obediente a sus padres, a otro más diligente en
sus deberes, a un tercero que fuera más puntual al
catecismo y frecuentara los sacramentos. Y así
sucesivamente. Con estas exhortaciones, como
confidenciales para cada uno, don Bosco se ganaba
una ((**It2.436**)) turba
de jovencitos que el sábado y el domingo rodeaban
su confesonario y cumplían las prácticas de piedad
con devoción edificante, mientras se convertía en
dueño de sus corazones, para poderlos dirigir y
gobernar a su gusto.
Sucedía, sin embargo, a veces, que alguno de
los más desgraciados no se rendía tan fácilmente a
esas sus amorosas industrias; entonces se agarraba
él a otras de mayor eficacia. Recordamos a este
propósito un suceso narrado y descrito por el
mismo protagonista en estos términos:
<<-Tenía yo diecisiete años, hacía algunos
meses que frecuentaba el Oratorio, tomaba parte en
los recreos, en las diversiones y hasta en las
funciones religiosas; más aún, cuando se cantaban
los salmos, himnos y cánticos sagrados, yo tomaba
parte en ellos con toda mi alma y cantaba con toda
mi voz. Pero no me había acercado todavía al
sacramento de la confesión. No tenía ningún motivo
para
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