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la primera impresión, no nos fue posible estar
parados y quietos, aseguraban algunos
supervivientes. Nos desbandamos. Unos corrían,
otros saltaban como cabritos, éstos echaban al
aire el sombrero, aquellos gritaban ((**It2.427**)) con
todas sus fuerzas, otros palmoteaban: parecía el
fin del mundo. Las gentes de los alrededores
extrañadas se nos acercaban preguntando qué
sucedía. Don Merla reía; don Bosco lloraba de
consuelo. Fue un momento de emoción, de entusiasmo
indescriptible; una escena digna de pasar a la
posteridad. De este modo, por la bondad del Señor
y la intercesión de María Inmaculada se pasaba,
como por encanto, de la más profunda tristeza a
una suavísima alegría>>.
Después de aquel desahogo de alegría, don Bosco
los volvió a llamar, impuso silencio, les dirigió
unas palabras sobre el buen resultado de la
peregrinación, y los invitó a arrodillarse para
rezar el santo rosario en acción de gracias. Era
la plegaria de la gratitud hacia la celestial
Bienhechora y Madre, que les había atendido tan
amorosamente en el mismo día.
Levantándose, dieron el último adiós al prado,
que hasta entonces habían amado por necesidad,
pero que abandonaban sin pesar, seguros como
estaban de tener otro sitio mejor.
Se había puesto el sol. Los jóvenes saludando y
aclamando a don Bosco, se retiraron a sus casas
para contar las aventuras de aquella afortunada
tarde.
El contrato de este arriendo lleva la fecha del
1.° de abril de 1845: está firmado por Francisco
Pinardi y por el teólogo Juan Borel, y era válido
para tres años.
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