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((**Es2.319**) veían tan solitario. No se dibujaba en sus labios ((**It2.421**)) la dulce sonrisa que tanto los alegraba; su rostro aparecía con aire de tristeza y de angustia; sus ojos estaban empañados por las lágrimas. Paseaba y rezaba. Algunos de ellos al verle en tal estado, se le acercaban para hacerle compañía; pero él les decía: -Idos, hijos míos. Dejadme solo. Don Bosco callaba, pero los mayores sabían de sus apuros y de sus penas. Había ido después del mediodía a visitar una vez más a los hermanos Filippi y a su señora madre, y no pudo mudar su resolución. -Yo, les había dicho don Bosco, arrendé el prado por un año, a veinte liras mensuales, y todavía no ha expirado el tiempo del alquiler. Precisamente se convino en esa suma teniendo en cuenta la siega de hierba que se perdería. -Pues nosotros no estamos dispuestos. Búsquese otro sitio. -Y dónde quieren que vaya ahora? -íLe hemos concedido el tiempo necesario! íDebía usted proveer! Se encontraba, pues, el pobre don Bosco en aquel momento bajo el peso de un disgusto, que ninguna pluma sería capaz de describir. Estaba como un labrador, que mira el cielo nublado, a tiempo de que una tormenta de granizo amenaza su campo y está a punto de arrebatarle sus más gratas esperanzas; estaba como un pastor amoroso, que se ve obligado a abandonar su querida grey, y dejar sus corderillos como presa de lobos rapaces; estaba como un padre, o más bien como una madre cariñosa, que debe separarse violentamente, y tal vez para siempre, de sus queridos hijos. Reflexionaba así consigo mismo: -Mis ((**It2.422**)) ayudantes me han vuelto la espalda y me han dejado solo para cuidar a tantos muchachos; estoy agotado y sin fuerzas, he perdido la salud y por encima de todo esto, dentro de dos horas expira el plazo para poder seguir en este prado; necesito otro lugar donde recoger a estos muchachos y avisárselo para el domingo próximo. Y este lugar no aparece, a pesar de tanto buscarlo. Esta tarde va a terminar el Oratorio. Tantas fatigas, para nada? Tantos sudores inútiles? Es forzoso abandonar y despedirse de estos jovencitos que me quieren, dejarlos otra vez sin guía ni freno, volverlos a ver vagando por las calles y plazas, engolfados en el vicio, camino de la cárcel, perdidos espiritual y corporalmente? No, íesto no es la voluntad de Dios!... Ante tales consideraciones fue tan intensa su amargura, que el pobre don Bosco no pudo más, y prorrumpió en sollozos y en llanto. (**Es2.319**))
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