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superior. No valieron razones ni protestas;
hubieron de resignarse. Los loqueros los trataron
por las buenas, pero lo mismo que se suele hacer
con los locos. Los desdichados pidieron ver al
((**It2.416**)) médico,
pero resultó que no estaba en casa. Preguntaron
por el director espiritual y les dijeron que en
aquel momento estaba comiendo. También ellos
tenían que ir a comer y en su vida se habían visto
en tal aprieto. Finalmente, después de muchos
ruegos, llamaron al director espiritual, el cual,
al comprobar la equivocación sufrida, rompió a
carcajear y los hizo soltar. Es fácil imaginar
cómo quedaron aquellos dos eclesiásticos, al verse
burlados por don Bosco de modo tan gracioso.
Durante mucho tiempo, lo esquivaban cuidadosamente
al encontrarlo por la calle. Bastó este caso para
comprender que no estaba loco o que era un loco de
nuevo cuño. Uno de esos locos de los que suele
servirse el Señor para realizar obras grandiosas,
según el decir de San Pablo: Quae stulta sunt
mundi elegit Deus ut confundat sapientes: ha
escogido Dios más bien lo necio del mundo para
confundir a los sabios 1.
Entretanto don Bosco, sin hacer caso de las
habladurías, esperando con paciencia que sus
benévolos detractores se cansaran, proseguía
durante aquellos meses su camino sin perder la
paz. Durante varios domingos lo abandonaron
totalmente algunos sacerdotes amigos, que habían
empezado a ayudarle, al ver que no atendía a sus
consejos ni cambiaba de método en el Oratorio. Don
Bosco, que apenas si se tenía en pie, y que estaba
incubando una terrible enfermedad, se quedó
completamente solo, aguantando sobre sus hombros
el enorme peso de más de cuatrocientos muchachos.
Aquel aislamiento hubiera desconcertado y abatido
al hombre más animoso; pero Dios no permitió que
don Bosco se desanimara. El repetía con el real
profeta: Yahvé es mi roca y mi baluarte, mi
liberador, mi Dios 2.
((**It2.417**)) Sin
embargo, en honor a la verdad, también hay que
decir que no todos los eclesiásticos lo
abandonaron en aquellos días de dura prueba.
Monseñor Fransoni no dejó nunca de apoyarle y
animarle a continuar resueltamente la obra
empezada. Fue verdaderamente una gran suerte que
en aquel proceloso momento estuviera al frente de
la Archidiócesis de Turín un arzobispo tan
conocedor de los caminos del Señor y tan benévolo
con don Bosco y su Oratorio. De otro modo, salvo
el milagro, esta obra hubiera fracasado
ciertamente.
1 I Corintios I, 27.
2 Salmo XVII, 3.
(**Es2.315**))
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