((**Es2.312**)
Y cuando ya estuvieron fuera de la habitación
concluyeron:
-íClaro que lo hemos entendido! íEstá
transtornado del todo!
Pero don Bosco hablaba de este modo porque
estaba íntimamente persuadido de que los
acontecimientos justificarían sus palabras y sus
vivísimos deseos. Desde el principio había
manifestado sus sueños a don Cafasso, pidiéndole
consejo. El santo sacerdote le había respondido:
-Siga adelante, tuta conscientia, dando
importancia a estos sueños, pues yo juzgo que todo
es ípara mayor gloria de Dios y bien de las almas!
Mientras tanto, corría cada día más por la
ciudad la voz y la convicción de que el amigo y
padre cariñoso de tantos muchachos pobres, estaba
loco o a punto de serlo. Sus verdaderos amigos
andaban apenados; los indiferentes o envidiosos se
reían. Y casi todos, aún los mismos con quienes
había contraído cierta intimidad se apartaban de
él.
Algunos de éstos, al encontrarlo por la calle,
trataban de esquivarlo, o se detenían tímidamente,
le miraban a la cara con aire de compasión y le
preguntaban:
-Cómo sigue usted?
-Muy bien.
-Pero, no siente ningún dolor de cabeza?
-Nada absolutamente.
-Parece que tiene la cara un poco encarnada...
-íOh, no se fije en eso, a lo mejor he alzado
el codo un poco más de lo debido..., replicaba don
Bosco sonriendo, pues entendía adonde iba la
pregunta.
Y el amigo, sin convencerse y moviendo la
cabeza, le dejaba a toda prisa.
((**It2.413**)) El
muchachito Miguel Rúa se tropezó por aquellos días
con el oficial que estaba al frente de la fábrica
de cañones de fusil, situada en los alrededores
del Refugio, el cual le preguntó:
-Vas todavía al Oratorio de don Bosco?
Contestóle que iba algunas veces.
-Pobre don Bosco, replicó el oficial; no sabes
que se ha vuelto loco?
En esta ocasión oyó también Miguelito exclamar
a personas distinguidas:
-Don Bosco se ha chalado de tal modo por los
pobres muchachos abandonados, que ha perdido la
cabeza.
Los oficiales de la misma Curia Arzobispal
encargaron a una
(**Es2.312**))
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