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((**Es2.310**) todo, es mejor que tratemos de salvar algo. Esperemos tiempos mejores para nuestro plan. Despidamos, por tanto, a los actuales muchachos del Oratorio y quedémonos solamente con unos veinte de los más pequeños. Mientras seguimos atendiendo a estos pocos, Dios nos abrirá el camino para cosas mayores y nos proveerá de medios y local oportuno. Don Bosco, como quien está seguro de lo que hacía, respondió: -No, no; íeso no! El Señor misericordioso ha empezado su obra y debe terminarla. Y usted, señor Teólogo, sabe muy bien con qué trabajo hemos podido apartar del mal camino a tantos jovencitos y con qué fidelidad nos corresponden. Mi opinión es que no conviene dejarlos solos de nuevo, expuestos a los peligros del mundo, con gran daño para su alma. -Sí; pero, entretanto, dónde reunirlos? -Y, dónde está ese Oratorio? -Yo lo veo ya hecho: veo una iglesia, veo una casa, veo un lugar cerrado para jugar. Esto existe y yo lo veo. ((**It2.410**))-Y, dónde está todo eso?, preguntó el buen Teólogo. -Aún no puedo decir dónde está, añadió don Bosco; pero existe realmente, y yo lo veo, y será para nosotros. Al oír estas palabras el teólogo Borel, como confesaba él mismo unos años después, contando este hecho a algunos salesianos provectos, se sintió profundamente conmovido. Aquellas afirmaciones le parecían una prueba evidente de la demencia del amigo querido y exclamó: -íPobre don Bosco mío! íVerdaderamente se ha transtornado! Y, no pudiendo soportar la pena inmensa que experimentaba su corazón, se le acercó, le besó, y se alejó deshecho en lágrimas. También don Pacchiotti le miró con compasión diciendo: -íPobre don Bosco! Y se retiró dolorido. Algunos venerados sacerdotes, de los más distinguidos de la diócesis, fueron a visitarle. Los recibió con el mayor respeto. Y empezaron a demostrarle el gran bien que podía hacer a las almas, en otros campos del sagrado ministerio, como por ejemplo, predicando misiones al pueblo, ayudando a algún párroco de la capital o dedicándose por completo a las obras de la marquesa Barolo. Como don Bosco los escuchaba en silencio, creyeron haberle convencido y le dijeron: -No hay que obstinarse; usted no puede hacer lo imposible; la (**Es2.310**))
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