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todo, es mejor que tratemos de salvar algo.
Esperemos tiempos mejores para nuestro plan.
Despidamos, por tanto, a los actuales muchachos
del Oratorio y quedémonos solamente con unos
veinte de los más pequeños. Mientras seguimos
atendiendo a estos pocos, Dios nos abrirá el
camino para cosas mayores y nos proveerá de medios
y local oportuno.
Don Bosco, como quien está seguro de lo que
hacía, respondió:
-No, no; íeso no! El Señor misericordioso ha
empezado su obra y debe terminarla. Y usted, señor
Teólogo, sabe muy bien con qué trabajo hemos
podido apartar del mal camino a tantos jovencitos
y con qué fidelidad nos corresponden. Mi opinión
es que no conviene dejarlos solos de nuevo,
expuestos a los peligros del mundo, con gran daño
para su alma.
-Sí; pero, entretanto, dónde reunirlos?
-Y, dónde está ese Oratorio?
-Yo lo veo ya hecho: veo una iglesia, veo una
casa, veo un lugar cerrado para jugar. Esto existe
y yo lo veo.
((**It2.410**))-Y,
dónde está todo eso?, preguntó el buen Teólogo.
-Aún no puedo decir dónde está, añadió don
Bosco; pero existe realmente, y yo lo veo, y será
para nosotros.
Al oír estas palabras el teólogo Borel, como
confesaba él mismo unos años después, contando
este hecho a algunos salesianos provectos, se
sintió profundamente conmovido. Aquellas
afirmaciones le parecían una prueba evidente de la
demencia del amigo querido y exclamó:
-íPobre don Bosco mío! íVerdaderamente se ha
transtornado!
Y, no pudiendo soportar la pena inmensa que
experimentaba su corazón, se le acercó, le besó, y
se alejó deshecho en lágrimas. También don
Pacchiotti le miró con compasión diciendo:
-íPobre don Bosco!
Y se retiró dolorido.
Algunos venerados sacerdotes, de los más
distinguidos de la diócesis, fueron a visitarle.
Los recibió con el mayor respeto. Y empezaron a
demostrarle el gran bien que podía hacer a las
almas, en otros campos del sagrado ministerio,
como por ejemplo, predicando misiones al pueblo,
ayudando a algún párroco de la capital o
dedicándose por completo a las obras de la
marquesa Barolo. Como don Bosco los escuchaba en
silencio, creyeron haberle convencido y le
dijeron:
-No hay que obstinarse; usted no puede hacer lo
imposible; la
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