((**Es2.31**)
en Turín, recordaba siempre la lección de su madre
Margarita:
-El companaje no es necesario: es cosa de
señores: nosotros somos pobres y debemos vivir
como tales.
Su vida era una continua mortificación. A los
que iban a visitarle, primero en Susambrino y
después en I Becchi, o acudían para que les diera
alguna lección de gramática, los llevaba a la viña
y los obsequiaba con alguna fruta. Pero él jamás
probaba uvas, ni melocotones, ni ninguna clase de
fruta, que en aquella estación abundaba por todos
los viñedos. Se había ((**It2.27**)) impuesto
la ley rigurosa de no comer ni beber, fuera de las
horas de comida. Su conducta moral fue siempre
admirable; parecía que una aureola de modestia
rodease su persona y brillase en todos sus gestos.
Ajeno a toda curiosidad, jamás se le vio asistir a
ninguna clase de espectáculos, salvo aquellos
pasatiempos de los que él mismo era el actor para
entretener a los muchachos.
Pero su fe vivísima se manifestaba
particularmente en la celebración del Santo
Sacrificio. Los amigos de su misma edad, José
Moglia, Juan Filippello y José Turco cuentan que
durante aquellos meses de verano asistían
frecuentemente a su misa y quedaban edificados de
su porte, su devoción, su fervor, y que algunos de
los asistentes se sentían conmovidos hasta las
lágrimas. Don Juan Turco afirma:
<>.
<>.
Sólo la fe, unida a una humildad profundísima y
a una mortificación total de sí mismo, explica las
maravillas obradas por don Bosco.
1 Marcos XI, 22-25.(**Es2.31**))
<Anterior: 2. 30><Siguiente: 2. 32>