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CAPITULO XLIV
LA LOCURA DE DON BOSCO -EL LLANTO DE UN AMIGO
VERDADERO -LAS PALABRAS DEL PROFETA -DON CAFASSO
JUZGA LOS SUEÑOS DE DON BOSCO -AL MANICOMIO -EL
AISLAMIENTO -EL TEOLOGO BOREL Y LAS CONFIDENCIAS
DE DON BOSCO
ESPARCIOSE la voz de las graves dificultades que
surgían a cada paso para impedir la buena marcha
de la obra de don Bosco, y algunos amigos, en vez
de animarlo a perseverar, empezaron a sugerirle
que desistiera de su empresa. Al verle siempre
preocupado por el Oratorio: que no sabía separarse
de sus muchachos, que iba a visitarlos varias
veces a la semana en el mismo tajo, que los
atendía los días festivos con más solicitud que un
padre, que recogía por la calle otros nuevos y que
seguía presentándose en las plazas en medio de una
turba de golfillos, de los que hablaba con
frecuencia a todos, empezaron a temer seriamente
que estuviera atacado de monomanía.
Algunos condiscípulos del Seminario y de la
Residencia Sacerdotal intentaron aconsejarle que
cambiara de método en su apostolado.
-Mira, le decían; estás comprometiendo el
carácter sacerdotal.
-Cómo lo comprometo?, respondía don Bosco.
((**It2.409**))-Con tus
extravagancias; rebajándote a jugar con los
golfillos, dejando que te acompañen con gritos
irrespetuosos. Jamás se ha visto esto en Turín; va
muy en contra de las antiguas costumbres de un
clero tan serio y reservado como el nuestro.
Y como don Bosco, sin perderse en palabras,
daba a entender que no quedaba convencido de la
lógica de aquellos avisos, repetían entre sí:
-Ha perdido la cabeza, íya no razona!
Hasta el incomparable teólogo Borel, que por
otra parte participaba plenamente de sus ideas,
empezó a hablarle un día así, delante de don
Sebastián Pacchiotti:
-Querido don Bosco, para no exponernos al
peligro de perderlo
(**Es2.309**))
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