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Don Bosco acudió a la cita. El Marqués
pretendía imponer condiciones para que el Oratorio
continuara. Don Bosco las juzgaba inaceptables.
Quería aquél se limitara el número de muchachos,
se acabara con las excursiones y entradas en
formación por la ciudad y se eliminaran totalmente
los mayores, por ser más peligrosos. A las
reposadas y humildes observaciones de don Bosco,
replicó:
-Pero, qué le importan a usted esos pillastres?
íDéjelos en su casa! íNo se tome esa
responsabilidad!
Don Bosco se retiró sin haber logrado disipar
la borrasca que le amenazaba. Pero en su
conversación con el Marqués tuvo buen cuidado de
no irritarle. Su obstinación procedía de su propia
perspicacia, ((**It2.406**)) pues
veía en el Oratorio una obra, pequeña en sus
comienzos, pero que por el hombre que la dirigía y
los medios que empleaba, llegaría a ser pronto
colosal y podría ser aprovechada en cualquier
momento para fines ilegales. De no haber estado
persuadido de ello, no se habría preocupado de don
Bosco ni de su Oratorio.
Entretanto, la Policía había recibido órdenes
desde los primeros días de marzo de vigilar a don
Bosco. El domingo, hacia las seis de la mañana, al
llegar los primeros jóvenes, ya había guardias y
policías paseando por los alrededores y
vigilándolos. Aparecían en las márgenes del prado,
donde don Bosco confesaba hasta las ocho y media;
lo seguían a cierta distancia cuando llevaba a sus
muchachos a misa o de excursión. Don Bosco se
reía, al verse acompañado como un rey por aquella
escolta de honor. A propósito de ésta y otras
aventuras, solía repetir más tarde que el tiempo
más romántico del Oratorio fue el de las reuniones
en el prado.
Las contradicciones no le apartaban de su
propósito: ésa fue la característica de toda su
vida. Después de tomar una resolución y ponderarla
largo tiempo, o aconsejarse por sus Superiores u
otras personas prudentes, no desistía hasta
llevarla a cabo. Con todo, ninguna iniciativa suya
procedía de motivos puramente humanos.
Durante el sueño tenía visiones luminosas que
él mismo narró en los primeros tiempos a don Rúa y
a otros.
Ya se trataba de una espaciosa casa con una
iglesia, en todo semejante a la actual, dedicada a
San Francisco de Sales, en cuyo frontón se leía:
HAEC EST DOMUS MEA; INDE GLORIA MEA (Esta es mi
casa; de aquí saldrá mi gloria), y por cuya puerta
entraba y salían muchachos, clérigos y sacerdotes.
Ya se añadía a este espectáculo y en el mismo
lugar la aparición de la pequeña casa Pinardi, y
((**It2.407**)) en
derredor pórticos e iglesia, jovencitos y
eclesiásticos en gran número.
(**Es2.307**))
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