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el bien de tantos muchachos que, sin este
Oratorio, pueden acabar mal.
-Ea, basta, terminemos. Sabe usted ante quien
está? Soy el Primer Magistrado y debe usted acatar
mi autoridad.
-La respeto y la acato.
((**It2.403**))-Sabe
usted hasta dónde llegan mis poderes? Puedo llamar
ahora
mismo a los guardias y hacer que le lleven adonde
usted no desea ir.
-No me asusta, respondió don Bosco bromeando
con su habitual sencillez.
-Por qué no se asusta?
-Porque así se trata a los bribones y
resultaría un bribón quien quisiera tratar de
malhechor a un pobre e inocente sacerdote. Usted,
señor Marqués, no es capaz de cometer semejante
injusticia; y por eso no me asusta.
La noble resistencia de don Bosco disgustó al
Marqués, que añadió algo irritado:
-Cállese, porque no estoy yo aquí para discutir
con usted. Su Oratorio constituye un desorden que
yo quiero y debo impedir. Ignora usted, acaso, que
está prohibida toda reunión, si no tiene el
legítimo permiso?
-Mis reuniones, respondió don Bosco sin
inmutarse, no son políticas, sino puramente
religiosas. No hago más que enseñar el catecismo a
pobres muchachos, con el permiso y aprobación del
Arzobispo.
-El Arzobispo está informado de todo esto?
-Informado del todo: hasta ahora no he dado un
paso sin su consentimiento.
-Si el Arzobispo le dijera que desistiese de
esta ridícula empresa, no opondría usted ninguna
dificultad?
-Absolutamente ninguna: empecé esta labor y la
he continuado hasta ahora con la aprobación de mi
Superior Eclesiástico; a la menor indicación suya,
la dejaré al instante.
-Pues bien, puede usted retirarse; ya hablaré
yo con el Arzobispo, me veré obligado a tomar
medidas severas.
Y le despidió.
((**It2.404**)) Don
Bosco salió del Ayuntamiento persuadido de que
podría pasar en paz algún tiempo con sus
muchachos. íCuál no sería su sorpresa, al llegar a
casa y encontrarse con una carta de los hermanos
Filippi, con el desahucio del prado, alquilado
para todo el año!
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