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-Es don Bosco, le dijeron.
-Don Bosco? O es un loco, añadió el Marqués, o
un tipo para llevarlo al Senado.
Quería decir para encerrarlo en las cárceles
del palacio, que entonces se llamaba Senado. Con
ideas tan extrañas no llamará la atención que
hiciera y dijera lo que sigue.
Mandó el Marqués llamar a don Bosco al
Ayuntamiento. Después de hablar largo rato sobre
las patrañas que corrían acerca del Oratorio y de
su director, terminó diciendo:
-Me han asegurado que las reuniones de sus
muchachos son peligrosas para el buen orden y la
tranquilidad ciudadana; por lo tanto, no puedo
permitirlas. Acepte, pues, mi consejo, querido don
Bosco: deje en paz a esos golfillos, que a usted
no le traerán más que disgustos y fastidios a la
autoridad.
Don Bosco respondió:
-Señor Marqués, no me preocupa más que mejorar
la condición de estos pobres hijos del pueblo. Yo
no pido dinero; solamente pido ((**It2.402**))
poderlos reunir en algún sitio y bajo techo en el
mal tiempo, para entretenerlos con honestas
diversiones e impedir vayan vagando por la ciudad;
al mismo tiempo, puedo instruirlos en la religión
y las buenas costumbres. Des este modo espero
ayudar a disminuir el número de los vagos y
huéspedes de la cárcel.
-Se equivoca usted, señor cura, replicó el
Marqués; sus esfuerzos serán inútiles. Yo no puedo
asignarle ningún lugar, porque por donde quiera
que usted va, nos presentan quejas. Además, dónde
piensa usted encontrar los medios para pagar
alquileres y cubrir los gastos que le ocasionan
esos zánganos? Se lo repito: no puedo permitir más
esas reuniones.
-Los resultados obtenidos hasta el presente me
aseguran que no trabajo en balde. Son ya muchos
los jovencitos totalmente abandonados que fueron
atendidos y liberados de un evidente peligro de
irreligión e inmoralidad, aprendieron un arte o un
oficio al lado de buenos patronos, con provecho
para ellos, su familia y la sociedad. Hasta ahora
no me han faltado los medios materiales: están en
manos de Dios, el cual suele hacer cosas muy
grandes con pocos medios, hasta sacar el todo de
la nada, y, a veces, se sirve de míseros
instrumentos para llevar a cabo sus maravillosos
designios.
-Tenga paciencia, don Bosco; hágame caso y
prométame acabar con sus reuniones.
-Por favor, señor Marqués; déjeme seguir, no
por mí, sino por
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