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CAPITULO XLIII
HABLADURIAS CONTRA EL ORATORIO -EL MARQUES DE
CAVOUR Y SUS AMENAZAS -NUEVA Y ULTIMA INTIMACION
-EL ARZOBISPO Y EL CONDE COLLEGNO -LA POLICIA
VIGILA A DON BOSCO -FANTASIAS CONSOLADORAS
DON Bosco agradecía al Señor el bien que sus
libros hacían y la alegre perseverancia de los
muchachos que asistían al Oratorio, por tantos
modos combatido; y al mismo tiempo disimulaba
sonriente la nueva espina que, a primeros de
marzo, se añadió a las que ya tenía. Gente de poca
cabeza, al verle correr de aquí para allá con
aquella turba de muchachos, empezó a criticarlo
duramente, de que los estaba convirtiendo en unos
holgazanes, de que los separaba de la obediencia a
sus padres y los acostumbraba a una vida de
libertad, sin preocuparse de si tenían familia en
Turín o de si sus padres se cuidaban de ellos.
También habian notado la facilidad con que se
hacía obedecer por los muchachos. Y, como por
aquellos días se empezaba a hablar de
sublevaciones y revueltas populares en algunos
puntos de Italia, este afecto y obediencia sirvió
de pretexto para ridículas habladurías de que don
Bosco pudiera convertirse en un hombre peligroso,
al frente de sus jóvenes, y promover en cualquier
momento una revolución en la ciudad. Tanto más
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que muchos de aquellos muchachos, ahora piadosos y
de óptima conducta, habían estado antes encerrados
en la cárcel. A estos temores de revueltas habian
añadido, los mal intencionados, calumnias todavía
mayores. Las habladurías hallaron eco entre las
autoridades locales, particularmente en el marqués
de Cavour, padre de los famosos Gustavo y Camilo,
y en aquel entonces Primer Magistrado del orden
civil en Turín. Hacía poco que él mismo había
visto a don Bosco en el prado llamado de la
Ciudadela, sentado en tierra y cercado de
muchachos, a los que afablemente trataba de
infundir un buen pensamiento religioso y moral.
Preguntó:
-Quién es ese sacerdote en medio de esos
golfillos?
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