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cada paso, a la puerta de los talleres, muchachos
que corrían a él para saludarle. íAy de quien
diera una señal de poco respeto a su sacerdote!
íAy de aquél que se permitiera hablar mal de él!
Si un joven del Oratorio se veía solicitado para
algo malo, bastara el pensamiento del disgusto que
tendría don Bosco, para alejarlo del mal paso.
Hasta parece increíble, pero era así. Un simple
deseo suyo se convertía en mandato. Su amor a don
Bosco rayaba en locura.
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