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saltar alocado. Los peligros de las grandes
ciudades son graves para todos, pero mil veces más
para el joven inexperto. Mi padre me había
recomendado a un amigo suyo, hombre generoso y
ejemplar en religión. Este me buscó un amo, que me
daba comida y trabajo durante la semana. Pero,
cómo pasar los días de fiesta? A veces me llevaba
con él a misa, a los oficios religiosos, al
sermón, y después me dejaba en libertad. Pronto me
encontré con algunos compañeros que me invitaron a
jugar, a echar una partida en la taberna o en el
café, donde era inevitable la ruina moral para uno
como yo, que apenas contaba los quince años.
>>Un día me dijo el buen amigo de mi padre:
>>-Pablito, no has oído hablar de un Oratorio
al que van muchísimos muchachos los días de
fiesta?
>>-Y qué hacen en ese Oratorio?
>>-Pues cumplen allí con sus deberes religiosos
y después se divierten con juegos de toda clase,
con cantos y música.
((**It2.386**)) >>Yo,
lleno de curiosidad, le interrumpí:
>>-Y por qué no me ha llevado nunca allí? Por
dónde se va?
>>-Te llevaré otro domingo, y te recomendaré al
director para que te atienda de un modo especial.
>>Los días de aquella semana me parecieron
años. En el trabajo, en la comida y hasta en el
sueño me parecía oír música, ver carreras y juegos
de toda clase. Por fin llegó el domingo: mi
protector, impedido por asuntos familiares, no
podía acompañarme. Como yo estaba nerviosísimo, le
pedí con impaciencia las señas necesarias, y allí
me fui corriendo. Eran las ocho de la mañana
cuando yo llegué al suspirado Oratorio. Vi un
prado, cercado por un seto de boj, en el que se
divertía una multitud de jóvenes, pero no
gritaban. Un buen número de ellos estaba de
rodillas cerca de un sacerdote, que oía sus
confesiones, sentado en un extremo del prado.
>>Quedé estupefacto, extático ante un mundo
nuevo, lleno de curiosidades jamás vistas. Un
muchacho se dio cuenta de que yo era un forastero;
se me acercó y amablemente me dijo:
>>-Amigo, quieres jugar conmigo al tejo?
>>-Era éste mi juego favorito, así que, la mar
de alegre, acepté la invitación. Al acabar la
partida, sonó una trompeta que impuso silencio a
todos. Dejaron los juegos y se reunieron cerca del
sacerdote, que después supe era don Bosco:
>>-Mis queridos amigos, dijo éste en alta voz,
es la hora de misa: hoy iremos a oírla al Monte de
los Capuchinos; después de misa desayunaremos. Los
que no han podido confesarse hoy por falta de
(**Es2.292**))
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