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-Pero ísi no hay más que pan!, exclamó. Y ísin
embargo, las curaciones son evidentes!
Fue a visitar a otro farmacéutico, amigo suyo,
y entre los dos analizaron las píldoras, las
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examinaron cuidadosamente y tuvieron que concluir:
-íEsto es pan! íNo cabe la menor duda!
La noticia corrió por todo el pueblo. El mismo
señor Turco fue a Turín a visitar a don Bosco y
darle gracias. Le contó los rumores sobre las
píldoras de pan y rogó le manifestará el secreto
de la medicina. Don Bosco le preguntó:
-Rezó usted con fe las tres salves?
-íCómo no! íPuede usted imaginarlo!, le
respondió.
-Pues esto le baste, -concluyó don Bosco-.
Desde entonces, al ver descubierta su artimaña,
abandonó aquel método de curación y recurrió como
sacerdote, únicamente a la eficacia de las
bendiciones.
Nos asegura monseñor Juan Bertagna que, siendo
él jovencito, observó desde los primeros años de
sacerdocio de don Bosco, una gran solicitud por
parte de muchos habitantes de Castelnuovo para ir
a llamarlo, con la esperanza de que su bendición
devolvería la salud a muchos enfermos. Su
esperanza estaba bien fundada, porque su confianza
en la fuerza de las oraciones y en la eficacia de
la bendición sacerdotal, apoyada en las promesas
hechas por Nuestro Señor Jesucristo en el Santo
Evangelio, no tenía límites. Por eso, desde
entonces, como quien tiene autoridad para ello,
convencido de que Dios no le abandonaría, empezó a
impartir bendiciones y siguió haciéndolo hasta el
fin de sus días. Y se cuentan por millares las
gracias que los fieles aseguraban haber obtenido
del Señor por intercesión de la Santísima Virgen,
mediante la bendición y las oraciones de don
Bosco. Es una cadena sorprendente de maravillas la
que se fue entrelazando continuamente en las
empresas de don Bosco, animándolas,
sosteniéndolas, multiplicándolas incesantemente,
hasta el punto de hacerse universal la persuasión
de que la vida de don Bosco no era más que un
continuo bendecir, y que cualquier empresa en la
que él pusiera su mano, lograría el éxito
apetecido.
((**It2.25**)) No debe
extrañar nada todo esto, si se considera que don
Bosco era un hombre de fe grandísima. Prestaba
pleno asentimiento de mente y voluntad a todas las
verdades reveladas por Dios. Su profundo
asentimiento espontáneo, sin sombra de la menor
duda, jamás fue desmentido a lo largo de su vida
por ningún acto o palabra suya. Manifestaba con
frecuencia su alegría por haber sido hecho
cristiano(**Es2.29**))
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