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Los muchachos se levantaron de la mesa más
satisfechos que unos principes.
Después de un rato, don Bosco les contó el
origen de la Basílica dedicada a la augusta Madre
de Dios. Les señaló las llanuras circunvecinas,
que estuvieron ocupadas en 1706 por el formidable
y poderoso ejército francés que asediaba a Turín.
Les hizo la semblanza del duque Víctor Amadeo y
del príncipe Eugenio de Saboya que, desde aquella
cumbre, hicieron voto a la Virgen de construirle
un magnífico templo, si concedía la victoria a sus
oraciones. Les mostró la ciudadela salvada por el
heroísmo de Pedro Micca. Describió la gloriosa
batalla, la liberación de Turín, los triunfos, las
fiestas y la evidente protección de la Santísima
Virgen en favor de los turineses. Les habló a
continuación de las tumbas reales allí erigidas,
de la Academia Eclesiástica allí ((**It2.381**)) fundada
por Carlos Alberto, poniendo de este modo ante sus
ojos los hermosos rasgos de la historia de la
patria. Visitaron después la iglesia, las tumbas
de los Príncipes, la sala de los retratos de los
Papas, la biblioteca y hasta subieron a la hermosa
cúpula, desde donde se divisa una buena parte del
Piamonte y se contempla con admiración la
maravillosa cadena de los Alpes que parecen tocar
el cielo con sus picos cubiertos de nieve.
Hacia las tres de la tarde se reunieron en el
templo, al que había acudido mucha gente esparcida
por la colina, al son de las campanas. Se cantaron
las visperas, subió don Bosco al púlpito y
pronunció una breve plática. Aún hay quien
recuerda que les habló de la eficaz intercesión de
María ante su divino hijo Jesús y qué es lo que se
debe hacer para que la Virgen nos atienda siempre
que acudamos a Ella. <>.
Después del sermón subieron los cantores al
coro y, acompañados por don Bosco al órgano,
cantaron el Tantum Ergo para la bendición. No era
costumbre, por entonces, oír cantar a los
muchachos música sagrada en las iglesias. Así que
los miembros de la Academia y el pueblo que había
acudido allí aquella tarde, al oir las argentinas
voces de los muchachos, que parecían un coro de
ángeles bajados del cielo para alabar al Señor,
quedaron profundamente maravillados y muchos
lloraban de satisfacción.
Al terminar las funciones religiosas, se
elevaron globos aerostáticos, que, con su rápido
ascenso a las alturas parecían invitar a los
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